viernes, 2 de octubre de 2009

Kayak de travesía: Desde el Delta hasta el Mar





18/03/06
Día 1: Como en casa.
Había muy poca luz esa mañana, cuando llevé mi kayak hasta la rampa del club Hispano, como tantas veces hago los fines de semana. Lo bajé de la zorra, afirmándolo sobre las maderas recientemente engrasadas, para después deslizarlo hasta las aguas oscuras del río Luján. Comencé a remar y quedaron atrás el Parque de la Costa, la desembocadura del Sarmiento, las guarderías de lanchas con sus gigantescos galpones, el canal Vinculación y el YCA.
A la hora señalada, me encontré con Martín donde las aguas del Luján se mezclan con las del Río de La Plata, frente a la escollera del Club Náutico San Isidro. Su SDK Yámana III “Mantra” tenía la línea de flotación apenas separada del agua y una bolsa seca sobre la cubierta de popa, soportada por los elásticos. Me explicó que era uno de los tantos préstamos de Mr. Tambucho y que no había podido guardarla dentro de las bodegas porque ya no tenía espacio.
Mi situación era similar: sobre la cubierta posterior de mi Weir Franki “Bragado” llevaba un bolso con algunos elementos que no había podido estibar dentro del kayak por falta de lugar. Ingresamos por el canal del Club Náutico San Isidro, remando calmadamente en dirección al destacamento de PNA situado cerca de allí, para que realicen el control de los elementos de seguridad que habíamos declarado llevaríamos en nuestros botes.
Después de que el oficial que efectuó el control dio el visto bueno, salimos del Náutico y comenzamos a remar en dirección a la imagen borrosa de la gigantesca grúa de Dársena Norte. Soplaba un leve viento de dirección SE, que dificultaba un poco el avance, pero no nos importaba demasiado ya que nuestra imaginación se encontraba, como mínimo, 100km más adelante. Cuando pasábamos por Dársena Norte, y comenzamos a pensar en la posibilidad de detenernos por un instante para comer algo y estirar las piernas. Martín sugirió hacerlo en el club de yates YCA, lo que implicaba ingresar en la entrada sur de la dársena, de dónde recientemente había salido una de las naves de la empresa Buquebús. Poco partidario de los desvíos, le comenté que prefería hacerlo en la costa de la reserva ecológica de Costanera Sur. Lamentablemente, Martín me hizo caso y comenzamos a acercarnos a tierra. Cuando intentamos desembarcar en la reserva, la combinación de una leve rompiente, aunque suficiente para que dificultarnos el control de los botes, y las irregularidades de la costa, tuvieron como resultado que nuestras embarcaciones sufrieran varios golpes contra las piedras y los escombros. Pensamos en lo ridículo que sería romper nuestros kayaks en los primeros 20 kilómetros de una travesía que tendría más de 300. Con mucho esfuerzo, sacamos los cargados kayaks del agua y comimos unas galletitas con café con leche.
Desembarcar había representado un problema, y volver al agua también presentaba dificultades. Si los llevábamos de a uno hasta el agua, deberíamos dejar el primer bote flotando solo, con el riesgo de que las olas lo arrojen contra las piedras mientras intentábamos llevar el segundo kayak. Si cada uno de nosotros intentaba llevar su kayak al agua, debería arrastrarlos por las filosas piedras que había en la costa y bajo la superficie, por lo que corríamos el riesgo de romperlos. Se nos ocurrió utilizar unos troncos de distinto grosor desparramados en el lugar, para improvisar una precaria rampa sobre la cual colocamos los dos kayaks. Después, los deslizamos hacia el agua hasta dejarlos flotando detrás de la pequeña rompiente, nos subimos y continuamos remando.
Llegamos a nuestro primer destino, el Club Náutico Quilmes, aproximadamente a las 15:30. Cuando desembarcamos en la rampa del lugar, se apersonó el presidente del Club, para saludarnos y manifestarnos que estaba a nuestra disposición. Muy amablemente, nos indicó que, si lo deseábamos, podíamos armar la carpa, dormir en el quincho o en las cuchetas de su velero. Nos comentó que el Club en el que nos encontrábamos originalmente nació como una institución donde se practicaba remo y que recientemente habían botado “El Fénix”, un doble par con timonel que ellos mismos fabricaban en PRFV, al que tuvimos oportunidad de ver mientras era utilizado por distintos socios.
Nos encontrábamos sentados al lado de nuestros botes, tomando unos mates, cuando vimos acercarse en un kayak a una persona de figura familiar. Se trataba de Carlos Patricio “Mr. Tambucho” Viña, que
venía a saludarnos y a presentarnos un nuevo 510 de su propiedad, de color blanco y azul; y aprovechamos para agradecerle personalmente por habernos prestado su calentador y un par de bolsas secas para nuestro viaje. Después de hora y media, Mr. Tambucho partió, así que salimos del Club para dirigirnos al edificio de PNA Quilmes a informar cuál sería nuestro itinerario durante el día siguiente. Sobre la costanera, vimos algunos kayaks de la escuela de canotaje de Quilmes, algo así como un desprendimiento de la que existe en La Saladita, según nos explicó José, instructor de esta escuela, quien conversó con nosotros acerca de la actividad que realizábamos. Nuestro interlocutor consideraba que el kayak era una embarcación a personalizar, como si se tratara de un coche. No sé porqué, pero teníamos la sensación de haber escuchado ese concepto en algún otro lado anteriormente. Después de hacer los trámites correspondientes en PNA, volvimos al Club para instalarnos en el lugar que habíamos elegido para pernoctar: un quincho debajo del cual se encontraban algunas camas sobre las que descansaban varios Optimist y algunos kayaks, entre ellos una rareza: un Eskimo Expedition con una tapa trasera distinta de la original, seguramente para incrementar la estanqueidad de la misma. Mientras estábamos cocinando unos fideos que resultaron bastante desabridos, se acercó un marinero del club para entregarnos una bolsa de carbón en caso de que deseemos encender la salamandra ubicada en el lugar. Definitivamente, en el Club Náutico Quilmes, nos sentimos como en casa.
19/03/06
Día 2: Guardavidas de zona sur.
Partimos a las 08:15 del Club, con olas de costado de unos 60 cm que no afectaban demasiado nuestra navegación, ya que no la enlentecían ni aceleraban. Antes de llegar a Punta Blanca, en lo que creemos era la zona de Berazategui, el aspecto del agua cambió. Parecía más densa y el olor se tornó insoportable, como si se estuviera descargando una cloaca debajo de la superficie. Por suerte, este mal rato no duró demasiado. En Punta Blanca vimos las mejores rompientes hasta ese momento, y fue bastante entretenido atravesarlas cada vez que la espuma barría nuestras cubiertas. Cuando llegamos a Punta Lara, nos detuvimos en el balneario La Pérgola a comer algo. Mientras estábamos sentados a la sombra de un árbol, contemplando las gigantescas grúas del puerto de La Plata que tienen el aspecto de cigüeñas, divisamos 3 kayaks del tipo 400 que se detuvieron en la playa junto a los nuestros. Los botes eran tripulados por algunos de los guardavidas del balneario en el que nos encontrábamos. Cuando se acercaron a conversar, les comentamos de nuestro viaje y ellos aportaron información muy importante de las características de la costa entre Punta Lara y Atalaya. Nuestra intención original era pernoctar en
La Plata, pero habíamos llegado allí a las 13:00 y las condiciones de navegación eran favorables como para continuar el viaje. El destino para el día siguiente era Atalaya, pero había poca probabilidad de que llegáramos hasta allí. Gracias a que los guardavidas nos comentaron que había balnearios en casi toda la costa, ganamos la confianza suficiente como para seguir hasta donde pudiéramos. A las 14:00, pusimos rumbo hacia la escollera del puerto de La Plata, que sorteamos pasando entre los troncos que emergen unos 50 cm. del agua como si se tratara de una fila de postes. Martín, velerista experimentado, aprovechó la ocasión para referirme unas cuantas historias con finales trágicos que protagonizó esta escollera. En determinadas condiciones climáticas, puede ser muy peligrosa para una embarcación a vela que intente entrar al puerto. Después de atravesar la escollera, gracias a la bajante, alcanzamos una buena velocidad de crucero de aproximadamente 10km/h.
A las 16:30, nos encontrábamos a unos 15km de Atalaya según el GPS. Debido a que este aparato mostraba las distancias entre un punto y otro en línea recta, no sabíamos a ciencia cierta cuánto nos faltaba. Entonces, decidimos detenernos en un caserío que se veía en la costa. A medida que nos acercábamos al lugar, veíamos carpas, pescadores y gente en el agua nadando. Había también una pequeñas torre con una bandera de “río dudoso” izada. Desde ese lugar, un guardavidas nos hizo señas para indicarnos dónde podíamos bajar. Se presentó como Quique y nos explicó que nos encontrábamos en La Balandra, Berisso, a unos 20 km. de Atalaya si íbamos por agua. Debido a la hora, a que nos encontrábamos cansados y a que en el lugar se podía acampar, decidimos hacer noche allí. Después de compartir unos mates endulzados con miel, fuimos hasta el camping La Terraza porque desde allí, supuestamente, podríamos comunicarnos con PNA. El encargado de la despensa del camping tuvo la amabilidad de avisar a PNA que habíamos llegado a la Balandra y que al día siguiente continuaríamos hasta Atalaya o Magdalena. Después, seguimos conversando con Quique y otro guardavidas, intercambiando experiencias en este tipo de viajes. Se sumó un tercer guardavidas a la conversación,
Fernando, que también practicaba kayak. Obviamente, no éramos los primeros en pasar por allí, ya que los remeros rosarinos los visitaban casi todos los años. Antes de irse, Quique nos regaló la miel que le quedaba y algunas frutas, y nos deseó la mejor de las suertes en nuestro viaje. Cuando se hizo de noche, las aguas del río estaban tan calmas que parecían las de una pileta. A lo lejos, se divisaban las luces de los barcos fondeados en la rada del puerto de La Plata, aguardando que les permitan ingresar. Antes de cenar fuimos hasta una pequeña despensa del camping a comprar algunos alimentos, y un pescador nos ofreció 4 pescados congelados a 5 pesos. La oferta habría resultado interesante de no ser por el horario y porque deseábamos comer algo sencillo de preparar para irnos a dormir cuanto antes. Cenamos unos sandwiches de longaniza calabresa y queso, contemplamos al río una vez más y nos metimos en la carpa para dormir.
20/03/06
Día 3: Sudeste
Todavía podían verse las luces de los barcos cuando nos levantamos. El río estaba muchísimo más calmo que la mañana del día anterior y la temperatura era muy agradable. Desarmamos la carpa y cargamos todo en los botes.
Poco después de pasar Punta Alta, se divisó la antena de Atalaya o de Magdalena. Remamos hasta la desembocadura de un arroyo cuyas aguas oscuras teñían parte del Río de La Plata y que suponíamos era la entrada al puerto de Atalaya. Debido a que había poca profundidad, bajamos de los botes y aprovechamos para comunicarnos por VHF con PNA avisándoles que intentaríamos llegar hasta Punta Indio. Después de las 13:00, cuando nos detuvimos nuevamente para comer algo y tomar un poco de agua, notamos que empezó a soplar un poco de viento. A medida que continuábamos remando, el viento, de dirección SE, se hizo cada vez más intenso. Sobre la costa, de vez en cuando, podían verse algunas de esas gigantescas boyas de color verde o rojo que se utilizan para marcar los canales de navegación comercial. Estimamos que habrían sido desprendidas de su ubicación original por la fuerza de la naturaleza, y seguramente la misma fuerza las condujo a su último destino. Hicimos un alto más y Martín me informó que nos encontrábamos a 15 km. de Punta Indio, al menos en línea recta. Nuestras opciones eran seguir hasta allí o acampar en el lugar en el que nos encontrábamos, que no era muy alto y, si seguía subiendo el nivel del agua, dormir en los árboles. Esta última posibilidad no era nada tentadora, por lo que decidimos que intentaríamos llegar hasta Punta Indio. El viento SE era intenso, las olas rompían sobre la cubierta y, sumadas al viento, dificultaban mucho el avance. Prácticamente, remar en esas condiciones era similar a tener que romper la inercia de la embarcación a cada momento. Era tal la magnitud con la que crecía el río, que el tronco de un arbolito que habíamos podido ver completo una hora antes, había desaparecido debajo de las aguas. Después de casi dos horas de remo, avanzamos solamente 5 km, por lo que decidimos que lo más conveniente era acampar en la costa. Hacia allí nos dirigimos y comenzamos a buscar un lugar alto. Para ello, nos internamos entre el follaje hasta que Martín encontró un claro a unos 50 metros de la costa. Llevamos las cosas que necesitaríamos para acampar y movimos los botes hasta una loma, donde quedaban algo cubiertos por las malezas. Cocinamos polenta con queso a la que le agregamos trozos de longaniza calabresa. Después de la cena, intentamos comunicarnos por VHF y por celular, sin tener éxito, por lo que nos fuimos a dormir.
21/03/06
Día 4: S.A.R. (Search and Rescue)
Cuando nos levantamos, había ya bastante luz. Tranquilamente, después de comprobar que los botes no habían sufrido ningún percance durante la noche, desarmamos el campamento y desayunamos.
Martín calentó medio litro de agua con la intención de tomarnos un café con leche más tarde y, después, fuimos llevando los elementos hacia los botes. Ya eran más de las 10:30 de la mañana y estábamos estibando los kayaks cuando, del lado de Punta Indio, vimos venir un semirrígido de color anaranjado. Tomé mi monocular y creí ver que los tripulantes estaban vestidos con ropa del mismo color o tenían puestos chalecos salvavidas. Pensamos que podría tratarse de PNA y, medida que la embarcación se acercaba, confirmamos nuestros supuestos. A medida que el semirrígido se aproximaba a muy poca velocidad para evitar chocar con alguna probable elevación del fondo, se empezó a escuchar el ruido de otro motor. Por sobre los árboles, apareció un helicóptero de PNA que empezó a girar sobre nosotros un par de veces, quedando suspendido a unas decenas de metros para establecer comunicación con uno de los oficiales de PNA que venían en el semirrígido.
Nos informaron que el día anterior habían estado buscándonos y que hoy, por la mañana, habían ido hasta Punta Indio tratando de encontrarnos. Les explicamos que por la crecida habíamos tenido que ubicar los botes lo más alto posible, y que por eso habían quedado ocultos entre el follaje. Martín los invitó con unos mates y conversamos un rato. Les comentamos que pensábamos ir hasta Punta Piedras y que sabíamos, gracias a un kayakista rosarino, de la existencia de un camping allí llamado el Quincho Castelli. Uno de los oficiales comentó que antes de llegar a Punta Piedras veríamos un caserío, pero que Punta Piedras ý el Quincho Castelli estaban más adelante. Este último era reconocible porque tenía un galpón de considerable tamaño y hasta una entrada para botes, o al menos eso fue lo que entendimos.
Unos minutos después, los dos oficiales se despidieron y volvieron para Atalaya. A las 11:30 estábamos en el agua, rumbo a Punta Indio, con la intención de aprovisionarnos allí. Desembarcamos en un camping que el kayakista Esteban Bragagnolo caracterizó alguna vez como “fashion”, ubicado al lado de una construcción abandonada muy cerca del agua.
Caminamos por las calles desiertas flanqueadas por varias casitas en venta o en alquiler, y captó nuestra atención una cancha de paddle cuyos restos estaban invadidos por malezas de todo tipo. Gracias
a la indicación brindada por unos hombres que cortaban el pasto, encontramos un almacén en el que nos aprovisionamos con artículos ya familiares para nosotros: salamines, bizcochos salados, queso, polenta y frutas. También aprovechamos para cargar bastante agua. Después, a través de un teléfono público ubicado frente a la sociedad de fomento de Punta Indio, avisamos al 106 que continuábamos nuestro viaje hacia Punta Piedras, comprometiéndonos a avisarles si llegábamos hasta allí.
A medida que remábamos hacia Punta Piedras, veíamos muy poquitas casas en la costa y algún molino de vez en cuando. Las horas pasaban, y el galpón seguía sin aparecer. Serían las 18:00 me Martín me señaló un imponente galpón y comenzó a acercarse hacia la costa. Yo seguía remando hacia el lado opuesto, porque notaba que cada vez había menos profundidad, y no pensaba acercarme a la costa hasta ver la entrada para embarcaciones del camping. Cuando la pala tocaba el fondo éste se sentía duro, seguramente por ser de tosca. Después de unos minutos, cuando miré hacia atrás, vi que Martín había encallado y se estaba bajando del bote. Comprendí que no tenía sentido seguir remando porque debido a la poca profundidad debería alejarme cada vez más de la costa y nada me aseguraba que pudiera dar la vuelta a Punta Piedras en un plazo razonable. Enfilé la proa hacia la costa y encallé enfrente de los restos de lo que parecía ser una boya, mucho más lejos de donde lo hizo Martín. Nos acercamos y decidimos que él se quedaría con los botes y yo intentaría llegar hasta el galpón. Unos pastizales que se interponían entre nosotros y el galpón desalentaban cualquier intento de recorrer el camino directo. El sol se estaba poniendo y la posibilidad de pisar sin querer una yarará no era nada atractiva. Comencé a caminar por las zonas de la costa con pasto más corto, crucé charcos y me enterré en el barro hasta las rodillas. Comprendí que hacer ese rodeo me llevaría más tiempo del que pensaba, y que me iba a quedar sin luz. Decidí volver al bote, el cual me costó un poco encontrar debido a que prácticamente era de noche. Saqué la pequeña linterna que tenía y comencé a hacerle señales a Martín, fácilmente visible porque había encendido la suya. Martín me dijo que pensaba en marcar los botes con luces. A su Yamana le había enganchado un destellador y pensaba dejar su linterna de leds en el mío. Sacamos la carpa y otros elementos de la bodega de mi Franki, para después caminar sobre las toscas los 200 o 300 metros que nos separaban de la costa. Armamos la carpa, dejamos mi linterna para señalar su ubicación y fuimos a buscar el bote de Martín. Lo descargamos todo lo que pudimos, trasladando esa carga a nuestros bolsos. Levantamos el bote y lo llevamos hasta el pasto, donde pudimos arrastrarlo. Por esos mismos pastizales que un momento atrás ninguno de los dos estaba dispuesto a atravesar, caminábamos arrastrando el bote de noche, únicamente iluminados con la luz de una linterna. Después de caminar unos centenares de metros, nos dimos cuenta de que la luz de la carpa no se veía por ningún lado. Me quedé con el bote de Martín y él comenzó a buscar la carpa. Afortunadamente, tuvo éxito a los pocos minutos. Cuando volvió a donde yo me encontraba, me explicó que mi linterna había dejado
de funcionar. Ahora, faltaba la peor parte: traer mi bote, al que deberíamos llevar levantado todo el tiempo mientras caminábamos sobre las toscas, sin la posibilidad de arrastrarlo para minimizar el esfuerzo. Mientras, lo hacíamos, alguno de nosotros perdía pie y no quedaba más remedio que soltar al kayak para que no fuera peor la caída. No recuerdo a qué hora, todo estuvo en su lugar. Me cambié de ropa, nos metimos en la carpa y cenamos paté, salamín, queso y galletitas. Durante la noche, cada tanto nos despertábamos para asegurarnos de que la marea no llegara hasta donde nos encontrábamos nosotros.
22/03/06
Día 5: Feliz cumpleaños en el Salado.
A las 06:00 ya estábamos los dos despiertos, aunque el sol no había salido aún. El mismo Martín deslizó el comentario de que ese día era su cumpleaños, e hizo muy bien en hacerlo porque me caracterizo por olvidar ese tipo de acontecimientos. Realizados los saludos correspondientes, empezamos a caminar entre los pastizales con dirección al inmenso galpón que suponíamos era el Quincho Castelli. Teníamos la esperanza de que en el lugar tuvieran un tractor con acoplado para subir los botes y llevarlos al lado sur de Punta Piedras, desde donde quizás fuera más fácil llegar al agua. Al lado del galpón se encontraba el faro de Punta Piedras y una casona muy linda. Caminamos entre las vacas y los caballos que pastaban por ahí hasta llegar a una tranquera que daba a un camino.
El lugar donde se encontraba el galpón era en realidad una estancia llamada “El Faro”, y continuamos por el camino hasta una casita humilde, que supusimos pertenecía al casero del establecimiento. Dos perros que había afuera de la vivienda comenzaron a ladrar y un hombre apareció, que nos informó que habíamos pasado de largo el camping por unos 4 kilómetros. Le preguntamos si tenía un teléfono para llamar al 106, pero nos respondió que estaba incomunicado. Obviamente, no dimos demasiado crédito a su respuesta y nos marchamos hacia los botes.
La situación era bastante similar a la del día anterior debido a que estábamos en el horario de plena bajante, que continuaría hasta las primeras horas de la tarde. Comenzamos a llevar los bolsos caminando sobre las toscas, y después los botes, haciendo una gran cantidad de viajes. No llevamos todo hasta el agua sino hasta una zona en la que entre las toscas había barro sobre el cual podíamos deslizar los botes cargados, aunque nosotros nos enterrábamos hasta las rodillas. Después de casi tres horas y media, los botes estaban en el agua con nosotros arriba, y comenzamos a remar hacia la desembocadura del Río Salado.
Ese día, el viento lo teníamos desde babor y popa, por lo que se evidenció bastante la diferencia entre un bote con timón y uno sin timón. Nos detuvimos en una playita de conchillas ubicada a la altura de Pipinas a comer algo y estirar las piernas, para después continuar con la remada.
A medida que nos acercábamos al río Salado, veíamos una gran cantidad de lisas saltando alrededor nuestro, y hasta golpeando a los botes. Cuando pasamos por la desembocadura del río Samborombón, nos sorprendió lo oscuro de sus aguas, tan contrastante si se las compara con las del Río de La Plata.
Unos palos nos indicaban el derrotero a seguir para no vararnos mientras entrábamos al Salado. Apenas se ingresa a las aguas de este río, puede verse el destacamento de PNA, junto al cual hay una estocada de una treintena de metros con varias cubiertas de auto colgando, aunque no había ninguna embarcación fondeada allí. Sobre las costas del río observamos gran cantidad de aves de distinta variedad, inclusive algunos flamencos. Entre los juncos, frente al destacamento, descansaban para siempre algunos pesqueros semihundidos bastante herrumbrados, que daban al paisaje general un aspecto aún más desolador. Llegamos hasta una pequeña rampa, perteneciente al destacamento, rodeada de ese barro en el que uno se puede hundir por encima de la rodilla, y que en los días venideros sería una presencia cada vez más habitual en el resto de la bahía. Unos espinazos, creo que de carpas, desparramados sobre el barro, y de los que se desprendía un olor nauseabundo, atestiguaban la eficiencia de los cangrejos para ocuparse de la carroña. Subimos los botes y sacamos de las bodegas lo imprescindible para cambiarnos, bañarnos –por primera vez desde que empezó el viaje- y cenar.
Los oficiales fueron tan amables con nosotros que nos recordaron la excelente atención recibida en el Club Náutico Quilmes días atrás. Después de bañarnos, nos invitaron a compartir unas deliciosas lisas al horno. Los pescados habían sido provistos por unos pescadores que llegaron al destacamento después que nosotros en una lancha llamada “La Amistad”, junto con una gran cantidad de carpas. Un entrerriano, oriundo de Federación, se encargó de hornear las lisas mientras estaba hirviendo trozos de carpas que más tarde se destinarían a la preparación de empanadas o tartas. Esa noche, en la que me
encontraba muy cansado, creo que gran parte gracias a la falta de timón en mi kayak, la conversación entre nosotros y los oficiales tocó los más diversos temas: la batalla campal en la que terminó un partido en el que jugaba Newell’s Old Boys, la regata de 500 millas que Martín corrió alguna vez en su velero “Duende”; las distintas formas de cocinar la carpa, pez despreciado por la mayoría de los pescadores en mi Bragado natal; las increíbles bajantes del río Uruguay, lugar bastante conocido por el entrerriano y por Martín, que pasó mucho tiempo en esa zona remando en canoa; la temporada de pesca de la corvina negra, a la que vienen pesqueros de Mar del Plata, La Plata y Tigre durante el invierno. Después de que el oficial a cargo del destacamento notificó por radio nuestra situación, se acercó a Martín para desearle feliz cumpleaños. Martín se sorprendió bastante al principio, pero inmediatamente comprendió quién era el verdadero responsable de que ese saludo. Nos fuimos a dormir bien entrada la noche, en las cómodas camas del destacamento. Teniendo en cuenta las situaciones de los días anteriores, nos sentíamos en el paraíso.
23/03/06
Día 6: Algo flota ahí en el agua.
Con poquísimas ganas, me levanté a las 06:30, comprobando con sorpresa que Martín ya había abandonado su cama. Me acerqué al comedor del destacamento y lo encontré tomando mate con el oficial de guardia del destacamento, mirando el animal planet por tv. Después de ir a buscar unos bizcochos salados para acompañar los mates, me senté con ellos para compartir algunos amargos. La conversación, como no podía ser de otro modo, versaba acerca de temas náuticos. Esta vez, le tocó el turno a la particular escollera del puerto de La Plata, cuyo pasado era mejor conocido por Martín que por mí. Lo que para nosotros, los que el único medio de desplazamiento en el agua ha sido el kayak, es nada más que dos filas de postes que sorteamos fácilmente con nuestras embarcaciones, para un velerista puede ser una trampa mortal si sopla un sudeste lo suficientemente fuerte. Un poco más tarde se hizo presente en el comedor el oficial superior, quien se sumó a la ronda de mates. Después de comentarnos sobre el potencial peligro de los saltos de la lisas más chicas, que han abierto la cabeza a algún que otro incauto, nos refirió la historia de un navegante solitario desaparecido décadas atrás que recaló en el destacamento de PNA en el que nos encontrábamos presentes mientras intentaba realizar una vuelta al mundo sin escalas. Se tomó la molestia de ir a buscar el libro que narraba esa historia, dónde pueden leerse las hipótesis del autor acerca de por qué este personaje tan particular eligió este lugar, casi en el medio de la nada, para fondear e intentar reparar su trimarán. Estibamos los botes,
cargamos toda el agua que pudimos en nuestros kayaks y los llevamos sobre la rampa, gracias a la ayuda de los oficiales. Nuestros relojes marcaban más de las 10:00 cuando comenzamos a surcar las aguas del salado nuevamente hacia la desembocadura. El último tramo se complicó debido a la escasa profundidad. Nuestros botes estaban bastante cargados y costaba mucho hacerlos deslizar sobre el barro. Cuando nuevamente estuvimos en aguas del Río de La Plata, Martín encendió el GPS para determinar el rumbo hacia el canal 9. Las condiciones climáticas eran lo suficientemente favorables para intentar un cruce en línea recta, evitando navegar contorneando la costa. “Rumbo 180°”, anunció Martín, y comenzamos a remar en esa dirección. Nos fuimos alejando cada vez más de la costa, hasta que lo único que veíamos de ella eran las manchas difusas en que se habían convertido los escasos montes que había hay en esa zona de la bahía. De vez en cuando, saltaban algunas lisas delante de los kayaks y algunas hasta cruzaban por encima de la cubierta, a centímetros de nosotros. En esos momentos, recordábamos lo escuchado en el comedor del destacamento horas antes. Fue en el medio del río, frente a nosotros, donde lo vimos. Su aparición duró solo un instante, pero la sensación que nos produjo a ambos duró mucho más. Todo lo que nos mostró fue parte de su lomo que variaba entre el gris y el marrón, colores que se hacían más oscuros en los extremos de las dos aletas dorsales. Quizás era simplemente una tonina, o quizás un cazón, aunque no estábamos en condiciones de saberlo con certeza. Su fugaz presencia tuvo como resultado que Martín se preguntara a cuántos centímetros del agua reman las manos, y que yo de vez en cuando mirara para atrás mientras remaba. A medida que el tiempo pasaba, nos íbamos acercando a la costa. Cuando el GPS marcaba que faltaban 5 km para el canal 9, nos encontramos con una entrada. Considerando que hacer 5 km más, sino encontrábamos al canal 9, significarían remar 10 km en total, preferimos entrar en ese lugar.
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La cantidad de cangrejos que vimos en las barrosas costas de ese curso de agua era considerable, desalentando cualquier intento de desembarco.
Continuamos hasta que en la margen sur vimos una especie de escalón de tierra dura, en el que no faltaban algunas cuevas de cangrejo, pero sobre el cual se podía pisar sin hundirse. Subimos a la costa y después hicimos lo mismo con los kayaks, rodeados de una nube de los peores mosquitos que ví en mi vida. Nos pusimos repelente, armamos la carpa y cocinamos el menú clásico de la travesía: polenta con queso. Comimos bastante apurados porque estaba empezando a lloviznar y temíamos que después se desencadenara algo peor. Cuando estábamos en la carpa tratando de dormir, escuchábamos el zumbido de los mosquitos que estaban afuera, como si nos esperaran.
24/03/06.
Día 7: Una crecida extraordinaria.
Por la mañana, salimos con cautela de la carpa ya que cuanto menos pasto pisáramos, menos mosquitos se enterarían de nuestra presencia. La tienda estaba aún un poco húmeda, seguramente a consecuencia de que continuó la llovizna durante gran parte de la noche. Una vez más, llevamos a cabo la ya rutinaria tarea de desayunar y cargar los botes. Los deslizamos hasta las aguas del canal 9, dejando que la corriente nos arrastre hasta la desembocadura. Una vez allí, comenzamos a remar buscando mayor profundidad para facilitar nuestro desplazamiento. El día no tenía características demasiado tranquilizadoras debido a que el viento, por su dirección, nos alejaba de la costa y en el horizonte se veían gran cantidad de nubes de color azul violáceo cada vez más cercanas. Conforme pasaban los minutos, Martín sugería modificar nuestro rumbo 10° hacia estribor, de modo de estar cada vez más cerca de la costa. Si aumentaba la velocidad del viento o se desataba una tormenta, no sería conveniente estar lejos de la tierra. Nuestra intención era llegar hasta el canal 1 y, teniendo en cuenta las condiciones en el momento de arribo, decidir si nos quedábamos allí o continuábamos remando. 5 kilómetros al norte de donde indicaba el GPS la ubicación del mencionado canal, nos encontramos con la boca de un curso de agua, al cual no podíamos ingresar debido a la escasa profundidad. Teniendo en cuenta que el viento seguía soplando y que había sol solamente en ocasiones, preferimos continuar remando hacia el sur de la bahía, muy cerca de la costa. Más tarde, el GPS dejó de funcionar, pero el fortuito encuentro con los pescadores de la lancha “La Amistad”, que andaban por la zona, nos permitió saber que nos encontrábamos a 20 km de la ría de Ajó a través de la cual se llega a Gral. Lavalle. Seguimos remando un par de horas más y el GPS volvió a funcionar, indicándonos que nos
encontrábamos a 15 km. O bien estábamos remando muy lento, o bien la indicación de los pescadores fue incorrecta, o bien la marca de la ría de Ajó en el GPS estaba mal. Estábamos sopesando estas posibilidades cuando divisamos lo que parecía ser una embarcación detenida muy cerca de tierra. Comenzamos a acercarnos y vimos que se trataba de una lancha en lo que parecía ser la entrada de un canal. Eran más de las 15:00 y, como en la desembocadura de este lugar había una playa de conchillas que parecía lo suficientemente elevada, decidimos que intentaríamos acampar allí. El ingreso a el curso de agua demandó bastante esfuerzo porque, al igual que habíamos hecho en la desembocadura del Salado el día anterior, debíamos deslizar el kayak sobre el barro impulsándolo con el remo. Afortunadamente, a Martín se le ocurrió pararse sobre el cockpit logrando ver que sobre la margen derecha del canal había más profundidad. Nos desplazamos hacia ese lugar, acercándonos hacia una zona de la costa donde parecía fácil el desembarco.
Armamos la carpa muy cerca de las aguas del Río de La Plata y cenamos con bastante luz, contentos por saber que al día siguiente deberíamos remar muy poco para llegar a San Clemente. En el suelo, podían verse algunas huellas de jabalí recientes. Teníamos señal con el handie, por lo que Martín aprovechó para reportarse con PNA de Gral. Lavalle y solicitar un reporte climatológico para las próximas horas. La información brindada por el amable oficial que conversó con él fue que se esperaba una crecida extraordinaria
Con la carpa a una veintena de metros de las aguas del Río de La Plata, esa información no era muy tranquilizadora. Dejamos los botes listos para zarpar lo antes posible en caso de que comenzara a subir el agua.
Cuando el sol estaba terminando de ponerse, vimos el resplandor del faro de San Clemente sobre las aguas del río. Nuestro destino final parecía cada vez más cercano.
25/06/03.
Día 8: Retorno a la civilización.
La noche anterior debió ser la peor del viaje, al menos para mí. Bajó la temperatura y la falta de aislante se hizo notoria. A eso se sumó el hecho de escuchar la rompiente tan cerca de la carpa, que de vez en cuando motivaba la apertura de la puerta para verificar que el agua no estuviera demasiado cerca. En contraste, la mañana era muy agradable. Decidimos ponernos los neoprenes para remar y, mientras disfrutábamos de la visión de gran cantidad de flamencos en la costa opuesta, fuimos dejando que la corriente nos llevara hacia el río que parece mar. Comenzamos a remar contorneando la costa, hasta que vimos a nuestra izquierda lo que no podía ser otra cosa que el faro de San Clemente. La dirección de las olas apuntaba con exactitud hacia Punta Rasa, como si el viento intentara retractarse, en el último día de nuestra travesía, por los malos ratos que nos hizo pasar anteriormente. En el cielo, no se veía ni una nube que preanunciara tormenta. No podíamos dejar pasar semejante oportunidad, y fuimos hacia el faro directamente.
A medida que nos acercábamos, comenzaron a verse los edificios de lo que creemos debió ser Gral. Lavalle. Un grupo de kite surfers, que al principio confundimos con una bandada de aves, describían impresionantes maniobras a escasos metros de las playas de arena de Punta Rasa. Hacia el mediodía, desembarcamos en las playas de Bahía Aventura, en medio de los kites, y tomamos un refrigerio.
Nuestras opciones eran o quedarnos allí esperando la llegada de Jorge Villanueva, quien vendría a buscarnos para llevarnos a Buenos Aires, o aprovechar la oportunidad de usar estos botes en el mar para acercarnos aún más a la ciudad de San Clemente. Obviamente, decidimos por lo segundo y remamos algunos kilómetros hasta la denominada playa Norte. La rompiente en esa zona es ínfima, si se la compara con playas ubicadas en Mar del Plata como Waikiki o Mariano, por lo que no presentó ninguna dificultad el desembarco. Sobre la costa, se veían pocas personas caminando y algún que otro “weekend warrior” usando su 4x4 sobre la playa. Después de desembarcar, comenzamos a descargar los botes para acercarlos hacia la Av. Costanera y Av. VII, lugar de reunión con Jorge, quién llegó aproximadamente a las 18:00. Con la alegría del reencuentro, cargamos los botes en su camioneta, agradeciéndole por el gesto que había tenido para con nosotros.
Mientras salíamos de la ciudad, desde la ventanilla de la camioneta de Jorge veíamos imágenes muy contrastantes en comparación con las experimentadas durante los días anteriores. La gente, los autos en las calles, las luces de las vidrieras, producían por momentos un sentimiento de extrañeza. En esas ocasiones, al menos yo, añoraba los lugares visitados en jornadas recientes y la sensación de libertad que nos brindaban. Alguna vez, alguien sintetizó el aspecto de la pampa como la ausencia de todo paisaje. Definitivamente, creo que se equivocó.
Fin
Conclusión final... y exclusivamente personal:
¿Cuándo creen que empieza una travesía? ¿Cuando llevamos nuestros kayaks hasta la rampa, el muelle, la playa o lo que sea que utilicemos para entrar al agua?. ¿Cuándo se planifica el recorrido, se optimizan algunas características del bote o se consigue parte del equipo que nos faltaba? ¿O comienza cuando la idea del viaje se mete en la cabeza y nos entretiene en nuestras noches de insomnio? ¿No se inicia en ese momento el viaje, cuando aparece el deseo de hacerlo, cuando se enciende la llamita de la motivación? En general, coincidimos en que los equipos y las técnicas son muy importantes, aunque no dejan de ser, en la mayoría de los casos, medios que nos hacen los viajes más cómodos. Sino llevamos en nuestro equipaje eso que podemos llamar motivación, deseo, impulso, ganas, etc. creo que es muy poco lo que tenemos.

1 comentario:

  1. Muy buen relato, soy Nicolas de Misiones Argentina, y tambien apasionado por el kayak, tengo un Franky Weir, y estoy muy conforme con la velocidad, pero quiesira preguntar ya que su expedición la hicieron con un Franky y un Yamana, como es es la velocidad de este último con respecto al Franky, ¿Andan parejo, el franky es mas ligero o el yamana es mas caminador? Como e visto que llevaron GPS si tienen algún dato de la velocidad crucero del Yamana me gustaría conocerlo.

    Yo para referencia, tengo medida la velocidad del Franky en aguas quietas (Lago Urugua-Í) y anda entre los 7,9 y 8,3 Km/h a un tranco firme pero para aguantar.
    Saludos.

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