miércoles, 15 de noviembre de 2017

Remada a Punta Moran.

Si mal no recuerdo, alrededor de las 08:30 entramos al agua por la rampa del TBC. Jorge en su Asiak Petrel, Pablo en su Meridien Pulqui y yo en mi Weir Franky.
El río Luján estaba bajando con bastante corriente, por lo que el plan original, que consistía en remontar el Lujan hasta el canal Arias y subir por este hasta el Paraná, no se presentaba muy  atractivo. Por eso, mientras remábamos en el Lujan aguas arriba, sugerí que vayamos al Paraná de Las Palmas por un camino más corto y una vez allí decidiríamos para dónde rumbear. 
Según lo que se veía en la pantalla del GPS, desde la rampa del TBC a la desembocadura del Carapachay nuestra velocidad osciló entre los 4,5 y los 6 km/h, a pesar de que trataba de acercarme a la costa para minimizar el efecto de la corriente en contra. Si hay algo complicado es arrimarse a la costa del río Luján, al menos entre Nordelta y el Vinculación: cuando no hay estocadas donde rebotan las olas de las embarcaciones a motor, hay restos de un muelle o, en el peor de los casos, barcos semihundidos.
 Una vez en el Carapachay, la intensidad de la corriente en contra mermó bastante, aliviándonos el esfuerzo de la remada, que continuó por el Angostura, después por el Espera y finalmente por el arroyo Gelvez. 
Debido a que el nivel del agua era alto, el Gelvez se pudo navegar cómodamente, sin que la la pala tocara el fondo cuando se la hundía en el agua. Llegamos al Toro, y giramos a la izquierda para remar hasta el Banco y de ahí al Paraná de las Palmas. 
A medida que nos alejábamos de la costa y nos acercábamos al canal del Parana, señalado por las boyas verdes y rojas, nuestra velocidad superaba los 10 km/h sin que fuera necesario esforzarse para palear. Entramos al Sueco, donde nos encontramos con la mayor presencia de embarcaciones hasta el momento: algunas pasaron navegando y otras estaban fondeadas en el canal o en el arroyo que corre entre las islas Nutria y Lucha. En general, eran cruceros con sus dueños, o sus invitadas, tomando sol sobre las cubiertas o preparando el almuerzo. 
Cuando estabamos acercándonos a Punta Morán, comenzamos a avizorar la margen izquierda de los Bajos  buscando un lugar para detenernos a almorzar. En las ocasiones que pase por ese lugar camino a Martín García, recordaba haber visto una playa, o al menos una parte de la costa despejada de juncos y apta para desembarcar. También recordaba que en las inmediaciones de este lugar había una boya de esas que señalan un canal navegable, que seguramente habría ido a parar allí después de alguna sudestada considerable. Por momento, a la boya en cuestión creí verla en el medio del follaje, aunque mis compañeros de viaje no vieron nada, así que ahora pienso darme otra vuelta para comprobar de tal boya existe y que si no se ve es porque la vegetación se ha hecho más espesa. Donde creí haberla visto había una lancha fondeada, y se veían personas en la costa. Decidimos seguir un poco más porque el plan era regresar rodeando las islas Nutria y Lucha, y todo lo que se pudiera adelantar en dirección hacia el Río de La Plata acortaría la remada posterior al almuerzo. Más adelante, la presencia de un velero anclado en la costa nos motivó a acercarnos hacia tierra, ya que si sus tripulantes habían desembarcado allí, esto podía significar que esa zona era apta para que nosotros hiciéramos lo mismo.
Finalmente nos detuvimos a almorzar en una playa que estaba oculta detrás de unos juncos muy cerca de Punta Morán. Permanecimos un buen rato ahí, dando cuenta de unos sandwiches de fiambre con una coca cola bien fría. La playa en cuestión tenía los indicios típicos de haber soportado sudestadas desde hacía tiempo: arboles inclinados en dirección noroeste y en algunos casos arrancados de sus raíces.






Después de almorzar cargamos en los kayaks las pocas cosas que habíamos bajado y pusimos proa hacia el extremo noreste de la isla Zárate. Cuando iniciamos la navegación soportamos algunos corderitos, que eran el resultado de que en esa parte del río se enfrentara la corriente de los bajos con la dirección del viento, provocando esas olitas.
La idea era alejarse un poco de la costa para no quedarnos sin profundidad, haciendo una especie de derrotero elíptico para entrar por la desembocadura del Paraná de las Palmas. Permanecer muy cerca de la costa puede tener sus complicaciones: quedarse sin profundidad suficiente para remar con comodidad, con la consecuente pérdida de velocidad, o encontrarse frente a un juncal al que no habrá más remedio que rodear. Ocurre que en esa zona toda la costa se ve igual, como si fuera un especie de gran muro verde .. y en este muro a veces las "accesos"  no se ven hasta que se está frente a ellos.
Afortunadamente mientras estábamos remando estaba haciendo su ingreso al delta la inconfundible silueta trapezoidal del catamarán Deltacat. Lo seguimos con la vista hasta que la parte de abajo del casco fue ocultada por un juncal, y ahí supimos adónde teníamos que dirigirnos con exactitud.
Durante el ingreso al Paraná nos obligamos a remar literalmente entre  los juncos para minimizar el efecto de la corriente en contra y lo seguimos haciendo hasta que estuvimos frente al Surubí, cuya entrada es muy evidente porque en cada una de sus márgenes hay un par de postes entre los que pasa un cable de servicio eléctrico. El famoso "cruce áereo" de cuya presencia advierte algún que otro cartel en el delta. Seguimos por el Surubí hasta el río Urion y bajamos por éste hasta el Borazo, siempre manteniéndonos en la parte más abierta de las curvas y así aprovechar una corriente a favor que nos permitía superar los 10km/h sin esfuerzo. Debido a la cantidad de embarcaciones que hay en el arroyo Dorado, la navegación por éste resulta muy entretenida, ya sea porque hay que esquivar lanchas y cruceros fondeados, o porque se puede barrenar la estela de alguna embarcación para aumentar la velocidad del kayak. En el San Antonio nos detuvimos en la playa de una casa particular, que uno de mis ocasionales compañeros perjuró que pertenecía a un isleño "kayaker friendly", postura que nos enteramos después no era compartida por su señora esposa. Resultó que estuvimos allí sin complicación alguna hasta que apareció la joven compañera del anfitrión ausente y, con todo derecho, nos invitó a retirarnos. Cerramos los tambuchos de los kayaks y remontamos el San Antonio hasta el acceso al río Sarmiento, que, como suele ocurrir,  nos sacudió ligeramente en Tres Bocas. Fue aquí donde nos cruzamos con Pablo Rosario, quien nos tomo unas fotografías mientras disfrutaba de unos mates en la costa junto a su señora.





A diferencia de lo que se hace en general, no entramos al Abravieja y continuamos hasta el Gambado para desembarcar finalmente en la rampa del TBC, momento en el cual la pantalla del GPS mostró que la distancia recorrida en esa jornada fue de 59 km exactos.


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