lunes, 5 de julio de 2010
Laguna Playboating
“Por las dudas, lleven cañas y línea para carpas” fue lo que les dije a mis amigos unas cuantas veces, un poco en chiste y un poco en serio, como para que entiendan que no les daba garantías de que las olas que había visto a principios de Mayo en mi ciudad natal, Bragado, pudieran llegar a ser utilizables. El lugar donde se encontraban se conoce en Bragado como la compuerta “Cafiero”, debido a que fue construida durante los años en los que aquel era gobernador de la provincia de Buenos Aires. Esta compuerta regula el caudal de uno de los dos canales que salen de la laguna de Bragado, y que a unos veinte kilómetros río abajo une sus aguas a las del Río Salado. Con Eduardo Natali, Pablo Mansilla y Gonzalo Marzarolli & flia, decidimos que aprovecharíamos el feriado del 25 de Mayo para recorrer los 220 km. que separan a la Capital Federal de la ciudad de Bragado. El nombre de esta localidad nace de una leyenda: en la época de los malones, cuando había un pequeño fortín a orillas de la laguna, un potro bragado (léase: un caballo salvaje con un pelaje de color más claro en la zona de las bragas) podía verse por la zona sin que nunca fuera posible atraparlo. En una ocasión en que el animal se encontró cercado por una partida de gauchos, “prefiriendo la muerte antes que la esclavitud”, se arrojó a las aguas de la laguna y murió ahogado. Llegamos a la compuerta al mediodía, comprobando lo peor: el nivel de agua estaba muy bajo como consecuencia de que una sola de las cuatro o cinco esclusas de la compuerta estaba abierta. Si bien se formaba una olita con bastante espuma, debajo de ésta no había agua suficiente como para rolar. Detrás de la ola, a una veintena de metros, emergían las dos filas de pequeños pilotes que, según creíamos, tienen como función hacer disminuir la velocidad del agua. Esa era la segunda preocupación: que en caso de vuelco el agua nos arrastrara hasta los pilotes con bote y todo dejándonos atrapados allí. Por último, la ola no estaba en el medio de la compuerta sino en uno de sus laterales, por lo que únicamente se podía entrar y salir por el mismo lado. Dadas esas circunstancias, había dos opciones: quedarse con la duda si la ola se podía utilizar o no y remar en la laguna, o sacarse la duda... y terminar remando en la laguna. Me cambié de ropa y entré al agua, remando hasta una pequeña ola que se formaba después de los pilotes. Había muy poca profundidad allí, la ola era muy chica y estaba demasiado cerca de la pared, restringiendo los movimientos que podían hacerse. Después de unos minutos, remé hacia el lado opuesto del canal, donde había menos corriente. Salí del bote y crucé la fila de pilotes, para probar otra olita que se formaba en la desembocadura de la esclusa del medio, apenas abierta. Debido a su pequeño tamaño era aburridísima. En fin, ya habíamos llegado hasta allí, y era una lástima no probar la única ola de aspecto decente en ese momento. Cuando entré por el costado, inmediatamente la ola me llevó hacia el lado opuesto, contra la pared. Sentía que el bote saltaba todo el tiempo, por lo que la sensación de control era mínima. Salí de la ola, concluyendo que era muy buena idea que digamos entrar a ella dadas sus características... y volví a entrar. Esta vez no tuve la misma suerte que la anterior. Después de que el bote giró 180° me volqué por poner la pala en mala posición, y fue imposible rolar porque enseguida mi cabeza golpeó contra el fondo mientras sentía como el agua me arrastraba hacia los pilotes, por lo que abandoné lo antes que pude. El kayak quedó de costado, lleno de agua y trabado en los pilotes por la corriente. Lo saqué de allí y le enganchamos un cabo para que la corriente no lo arrastrara más. Mientras terminábamos de sacar mi bote del canal y rescatar la pala que estaba aguas abajo, Pablo, quien ya había entrado al agua, estaba probando la ola más chica, ubicada en la mitad de la compuerta. Después se empezó a acercar cada vez más a la ola del lateral, basándose en el principio de que si uno de nosotros salió sano y salvo, pueden salir dos. Cuando entró a la espuma, parecía que no lo quería dejar salir. Fue de un lado a otro de la ola, apoyándose, pero no había caso: seguía allí. Al final, la ola lo terminó volcando con idéntico resultado: golpe de la cabeza en el fondo, abandono y rescate del bote, que también se trabó en la fila de pilotes. Esto no iba a pasar una tercera vez: decidimos que tuvimos suerte, porque así como golpeamos en el fondo con el casco podríamos haberlo hecho con la cara. Por otra parte, rescatar cada bote del lugar donde quedaba trabado, afortunadamente en las dos ocasiones sin tripulante, era bastante engorroso. Salimos a remar por la laguna, unos 1000 metros donde les mostré unos pequeños saltos de no más de un metro, formados en el lugar donde se encontraba la otra compuerta, destruida por una crecida años atrás. Por un momento tuvimos la tentación de tirarnos por ahí, pero el comportamiento del agua debajo del pequeño salto no nos gustaba. Remamos un rato más, pero el agua estaba muy fría, así que salimos antes de las 16:00, y nos tomamos unos mates con pastelitos criollos. Cuando bajó el sol nos dimos una vuelta por la ciudad, estuvimos un rato en casa de mi familia y después retornamos a la jungla urbana.
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