jueves, 18 de octubre de 2018

De Tigre a San Clemente del Tuyú en kayak de travesía


El viaje comenzó el sábado 10 de marzo de 2018, alrededor del mediodía, cuando salimos de la guardería “A Remar”, de Agustín y Hernán García Albarido, ubicada en Tigre.

La planificación inició prácticamente desde que decidimos hacerlo. El momento exacto fue el 18 de noviembre de 2017. Ese día le envié un whatsapp a Ariel Arce Ramos preguntándole “Le comento que dispongo de tolerancia conyugal para irme de travesía una semana (9 días corridos de remo). Lo seduce una Tigre-San Clemente?". La respuesta no dejó dudas respecto del interés: "Dónde firmo?"

En un viaje que habíamos hecho con Ariel a la isla Martín García, me había comentado que en el futuro tenía ganas de hacer un travesía por mar en kayak saliendo desde Tigre. Con ese comentario, se convirtió en el candidato ideal para la propuesta del 18/11.

Quizás el responsable indirecto de esto sea Héctor Alonso, que un día en el CANE me dijo, refiriéndose a Ariel, "Hay otro kayakista que tiene tu misma costumbre de venir solo a la isla. Por qué no lo contactas y vienen juntos?". Puede ser que este viaje haya comenzado ahí, sin que ninguno de los dos se haya dado cuenta.

"Los Ramos", fotografía tomada por Héctor Alonso en julio de 2017

Al principio, lo único concreto era la fecha prevista para comenzar el viaje: 3 de marzo de 2018, básicamente por dos motivos. Por un lado, era la fecha en la que iniciaría el ciclo escolar, así que esperábamos encontrar una menor cantidad de gente en los lugares en los que teníamos intenciones de acampar antes de llegar a Punta Piedras. Por otro, la temperatura es un poco más baja que en los meses más cálidos del verano, haciendo más soportable remar durante todo el día bajo el rayo del sol. La única desventaja de optar por viajar en esta época del año es que los días van acortándose, por lo que podría decirse que los meses ideales para hacer un viaje de estas características son octubre y noviembre, en los cuales el período de luz diurna va en aumento.

Si al momento de acercarnos a la fecha de salida nos encontrábamos con un pronóstico climático desfavorable, el viaje se trasladaría para la semana siguiente. Contábamos con una cantidad acotada de días, así que no estábamos a dispuestos a malgastarlos por las condiciones climáticas si podíamos evitarlo.

Si se está entrenado para remar unos 50 kilómetros diarios y se tiene la suerte de contar con condiciones climáticas favorables, se debería poder llegar remando desde Tigre a San Clemente en 7 días. En 2006 hicimos este mismo viaje con Martín “Capitán Burbuja” Stern y nos llevó 7 días y medio. En 2007, con otros kayakistas (Esteban Bragagnolo, Gustavo Ayala y Néstor “Vikingo” Rasiak) salimos del Club de Regatas la Plata (esto representa una ventaja de día y medio o dos respecto del viaje que hicimos con Martín) con destino a Mar del Plata y nos tomó 9 días llegar hasta San Clemente a consecuencia del mal tiempo. A la “mejor kayakista de travesía del mundo” (o la más rápida), la alemana Freya Hoffmeister, le tomó 8 días cubrir la distancia entre Puerto Madero y Punta Rasa en 2011.

Las etapas que pensamos para un viaje de 7 días serían las siguientes:
  1. Tigre – Quilmes
  2. Quilmes – Balnearios de Berisso
  3. Balnearios de Berisso – Reserva El Destino
  4. Reserva El Destino– Punta Piedras
  5. Punta Piedras – Río Samborombon
  6. Río Samborombon / Río Salado – Canal 9
  7. Canal 9 – Punta Rasa

Los balnearios mencionados en el punto 2 son 5 y están distribuidos entre el extremo norte de la isla Paulino y Punta Blanca, así que hay unos 18 kilómetros entre el primero de ellos, que puede verse una vez que se cruzan los malecones de Berisso, y La Balandra que es el último. Entre medio de estos están ubicados los otros tres: Palo Blanco, La Bagliardi y El Municipal. Dependiendo del horario y de las condiciones de navegación, podríamos detenernos en el primero de ellos o intentar llegar hasta la Balandra.
Respecto de la jornada 3, lo más probable era llegar muy temprano a Atalaya o a Magdalena (están a 4 kilómetros de distancia entre sí), y que se hiciera muy tarde para intentar llegar hasta Punta Indio. Por lo tanto, lo más probable era que en el tercer día acampáramos en algún punto entre Magdalena y Punta Indio.
 A diferencia de los dos viajes anteriores, no queríamos incomodar a PNA así que en lugar de detenernos en el destacamento ubicado en la costa del Río Salado, optaríamos por el Río Samboromon, en un camping destinado a pescadores artesanales. Hay 3,5 kilómetros de diferencia entre las desembocaduras de los dos ríos, así que optar por uno u otro no debería cambiar nada. El camping se ve desde fotos satelitales, y Gerardo Mancini, kayakista de Hudson, se contactó con nosotros para confirmarnos que tiene luz eléctrica y que muy cerca de ahí hay un almacén, en el caso de que necesitáramos reaprovisionarnos.
 Si bien esas eran las paradas planeadas, en el GPS teníamos cargados una gran cantidad de waypoints como alternativas: los campings hasta Punta Piedras y todos canales de la Bahía de Samborombon visibles desde google earth.

Cuando teníamos casi todo listo para salir el 3 de marzo, nos enteramos que venía un sudeste muy fuerte:


A mediados del mes de febrero tomó estado público que el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires había dispuesto cerrar 8 escuelas (4 jardines de infantes y 4 escuelas primarias) ubicadas en el delta de San Fernando. El Delta (o La Isla) es el lugar donde remamos habitualmente. Si bien los alumnos iban a ser reubicados en otras escuelas, los chicos, sus familias y los docentes estaban muy disconformes con esta medida. Según se informa en la carta a la que se accede a través del link precedente, y por lo que pudimos leer en algunos medios que publicaban declaraciones de padres de los alumnos, las escuelas en el delta cumplen un rol social muy importante además de la función educativa para la que fueron pensadas. Esto lo resume muy bien la autora de la carta al final de la misma: “¿Saben qué fue lo que más me impactó el primer fin de ciclo lectivo? Que los chicos lloraban ¿Y saben por qué lloraban? Porque era probable que no se volvieran a ver hasta el año siguiente. Esa es la razón principal de una escuela rural en medio del río. La escuela une, abraza, encuentra”.

A un kayakista llamado Diego Galindez, se le ocurrió que había que hacer algo al respecto y convocó a una caravana acuática para el 03/03 en protesta por esta medida bajo el lema “escuela que cierra, comunidad que muere”. Junto con Ariel decidimos participar, por lo que nuestra fecha de salida se pospuso para la semana siguiente. Antes de la fecha de la protesta el gobierno provincial dejó sin efecto la medida para todos los establecimientos excepto uno, la escuela N° 25, ubicada en el arroyo Caracoles, argumentando que eran necesario realizar trabajos de dragado en ese curso de agua como condición para trasladar a los alumnos. El 14 de marzo, mientras remábamos por la Bahía de Samborombon a la altura del cruce de ruta 36 y ruta 11, el celular de Ariel se conectó a internet y nos enteramos por una publicación de Diego Galindez en facebook que Caracoles tampoco se cerraría.




Sin embargo, no estaría todo dicho. El 05/04 la gobernadora de la Provincia de Buenos Aires hizo una aparición en un programa de televisión que puede verse completo en el link de abajo, mencionando que en el 2019 van a revisar la medida:

María Eugenia Vidal hablando de las escuelas en el Delta

A partir del minuto 30 habla de las escuelas del delta y da detalles del porqué sería conveniente para los alumnos ser trasladados a otros establecimientos, a pesar de que esto signifique tener que hacer un viaje más largo en lancha. Básicamente, considera que educarse en un multigrado (esto es, que chicos de distintos grados compartan el aula) tiene consecuencias negativas en la formación de los alumnos. La realidad es que la mayoría de las escuelas rurales en Argentina y en el resto del mundo funcionan de ese modo.

Muchos kayakistas participaron de la convocatoria del 03/03, aunque yo hubiera esperado mayor cantidad de asistentes, tomando como parámetro la cantidad de palistas que van a dos encuentros de carácter solidario que casualmente colaboran con dos escuelas (una ubicada en Misiones y otra en el arroyo Felicaria).
A diferencia de los otros encuentros solidarios, del encuentro del 03/03 podía decirse que tenía carácter político. Si nos ajustamos a la caracterización de Ignacio Martín-Baró del acto político, no podía haber sido de otro modo: “En la medida en que una actividad promueva los intereses de un determinado grupo social y que afecte o influya en el equilibrio de fuerzas sociales y en el orden social tal como se encuentran en un determinado momento, esa actividad tiene un carácter político.” La protesta se hizo para promover el interés de una comunidad (las familias isleñas) con la finalidad de influir en un estado de situación (el cierre de las escuelas).
Este acontecimiento, que explica explica el motivo de posponer el viaje por una semana, así se vió reflejado en los medios:




PRIMERA PARTE: HOLIDAYS AT THE CONURBANO


Día 1: De Tigre a Quilmes


Pasamos la mañana del sábado cargando los botes con todo lo que fuera posible y considerábamos potencialmente necesario para el viaje. Para las cenas y algún almuerzo eventual compartidos, habíamos acordado que cada uno llevara: 2 kilos de arroz, 2 kilos de polenta, 5 salsas listas, 5 latas atún, 5 latas de caballa/jurel/merluza, medio kilo de lentejas, y 4 cebollas (las cuales hacen una diferencia significativa en cualquier salsa). El desayuno y el “picoteo” durante el día quedaba a criterio de cada uno, por lo que me incliné por llevar 10 paquetes de bizcochos Don Satur, 10 alfajores Guaymallén, kilo y medio de frutas secas y un par de kilos de naranjas. Además de la comida, cada bote transportaba una carpa igloo, una bolsa de dormir, un colchón (inflable o autoinflable), un aislante, un calentador con sus respectivas garrafas, una marmita, equipo de mate y la ropa para movernos en tierra. Al momento de la partida mi bote llevaba 6 litros de agua, distribuidos en un bidón de 5 litros ubicado detrás del asiento y en una botella de litro sobre la cubierta. En Punta Indio, antes de encarar la bahía, le cargaría 10 litros, distribuyéndolos en tres botellas de litro y en un termo.

Los botes utilizados son bastante distintos entre sí: un M&G Egeo y un Weir Franky II.

El Egeo tiene la forma clásica de los kayaks de mar de carrera, similares a los surfskis (kayaks abiertos para correr en aguas abiertas): proa recta y poco rocker, de modo tal que el largo total del bote va sumergido. Históricamente se creía que el kayak de mar tenía que tener proa y popa alzadas para “cabalgar” las olas y evitar pincharlas para no perder velocidad. Después de que Freya popularizara el kayak Epic 18x, aparecieron en el mercado local más botes de este estilo como el SDK Enigma, el Eladius Advance y el M&G Egeo, muy parecidos al Epic.  Algunos ejemplos más de este tipo de kayaks:

Rockpool Taran

Valley Rapier

El Franky II está basado en el Nordkapp, un kayak diseñado en 1975 que a su vez se inspiró en un kayak groenlandés:

Historia del kayak Nordkapp

A diferencia de otross kayaks similares al Nordkapp que hay en el mercado local, el casco del Franky es redondeado, lo que le otorga mayor velocidad de crucero con menos esfuerzo. En este blog hay un excelente análisis de las características del Franky III, que únicamente se diferencia del II en el diseño de la cubierta:

Franky Greenlander

Para el día de la partida, la tabla de mareas pronosticaba que la pleamar en San Fernando se alcanzaría recién a las 14:45, así que no tenía mucho sentido apurarse para salir ya que la corriente no iba a ser favorable hasta las 15:00. Alrededor del mediodía, deslizamos los botes por la rampa de la guardería hacia el agua y comenzamos a remar por el arroyo Fulminante con dirección al Río Luján. El primero debe se nombre a un barco de guerra que se incendió frente al Río Tigre el 4 de octubre de 1877 y el segundo se llama así porque en sus márgenes murió a manos de los Querandíes el capitán Pedro de Luxán en la batalla de Corpus Christi, el 15 de Junio de 1536.

En el río Luján, como suele suceder, vimos muy pocas embarcaciones a remo. Debido a la cantidad de tráfico que es habitual en él y a las características de sus costas, no es precisamente el río más agradable para remar. Después de pasar frente al Canal Vinculación vimos los primeros veleros navegando hacia el Río de La Plata y a la altura del Club Náutico San Isidro nos cruzamos con algunos optimist del club Sudeste, que iban en fila detrás de un semirrígido tripulado por quienes suponíamos eran los instructores de los jóvenes navegantes.

Al llegar al Río de La Plata, orientamos las proas de los kayaks hacia las grúas del puerto de Buenos Aires. La distancia de la costa a la que remamos hasta llegar a la altura del Puerto Nuevo fue la que hay entre el espeque cardinal del banco Bikini y la playa pública que se conoce como “Anchorena”, por su proximidad a la estación del Tren de la Costa del mismo nombre. Un espeque es un poste clavado en el fondo del río que cumple la misma función de señalización para las embarcaciones que las boyas del sistema IALA. Con estas últimas comparte el color, el tope y la secuencia de luces. Las boyas y espeques cardinales señalan obstáculos. Dependiendo de la ubicación de sus topes, que son dos en forma de conos, indican por dónde deben pasarse. Si los dos apuntan hacia arriba, significa que se pasa por el norte. Si apuntan hacia abajo, significa por el sur. Si apuntan hacia el centro, por el oeste y si uno lo hace hacia arriba y otro hacia abajo (como el del banco Bikini), por el este. El denominado “canal costanero” también está señalizado por espeques que indican cómo salir desde el Río Lujan hacia el Río de La Plata. Estos son de de color verde y con un tope cuadrado del mismo color, lo que significa que al salir de puerto deben dejarse por estribor y para volver deben dejarse por babor. En esta zona también hay espeques de Peligro Aislado, que generalmente señalan cascos hundidos: un poste pintado de color negro y rojo con dos topes circulares de color negro, que indican un par de naufragios: el Norma Mabel y el Don Alejandro, dos chatas hundidas en el '49 y en el '61 respectivamente.

A medida que nos acercábamos a Capital Federal, desde el río se podía ver el estadio del club River Plate, la Ciudad Universitaria, el Parque de La Memoria, la ubicación final de la estatua de Cristóbal Colón, el edificio del aeroparque, las tomas de agua de la ciudad, el club de Pescadores, el hierro Belgrano y la entrada de la dársena F. En ésta última hace muchísimos años se detenían los hidroaviones y ahora lo hacen las chatas areneras. De hecho, vimos salir a una. De las construcciones cercanas al río la que más se destaca es la usina construida por Giuseppe Molinari con sus dos torres que la asemejan a una iglesia.
A la altura de la escollera del Puerto Nuevo, estuvimos frente a las grúas que a Ariel le recordaron a los scout walkers de Star Wars (o los exploradores de dos patas de la Guerra de Las Galaxias). Alredededor de ellas había containers apilados de los más diversos colores, que parecían un montón de legos (o “Mis Ladrillos”). En ese momento, en el horizonte apareció una forma oscura, a altísima velocidad que a medida que se acercaba nos dimos cuenta que se trataba del Buquebús, el cual provocó una ola de unos 60 centímetros de alto que por suerte cuando pasó, no rompió.
Una vez dejado atrás el puerto y a medida que continuábamos remando, vimos la costa de la reserva ecológica de Costanera Sur, las chimeneas de la usina de la Isla Demarchi, el boyado que señala la entrada al Riachuelo y los tanques de combustible de Avellaneda. Detrás de estos últimos se extendía la costa hasta perderse en el horizonte, coloreada con distintas tonalidades de verde que a medida que aumentaba la distancia se iban convirtiendo en gris.
Llegamos al Club Náutico Quilmes alrededor de las 19:00, después de remar casi 47 kilómetros sin bajarnos de los botes desde la salida de la guardería. Gracias a la gestión de Gustavo Martorano y Ariel Picka del grupo K.U.S. (Kayakistas Unidos del Sur) nos permitieron acampar en el predio del club. El agua estaba muy baja, así que preferimos bajar en la rampa de la escuela de Optimist, ubicada más cerca de la entrada a la dársena del club y que habíamos visto cuando entramos remando. En el momento que estábamos a punto de armar las carpas al reparo de las camas de los kayaks, se desató el Pampero que estaba pronosticado y cuyas nubes habíamos visto venir desde el sudoeste. Después de cenar, cada uno fue a dormir a su carpa, mientras el viento no dejaba de zamarrearlas.


Llegando al CNQ con las nubes del Pampero de fondo


Día 2: De Quilmes a La Balandra


Una travesía en kayak por aguas abiertas, a diferencia de un viaje en kayak por ríos interiores en los cuales la corriente a favor es casi siempre una constante, está mucho más sujeta a las condiciones climáticas que toquen en suerte. El viento en ocasiones puede ser un aliado y otras veces, cuando su dirección no sea favorable o cuando agite las aguas haciendo arriesgada la navegación, puede convertirse en el peor enemigo al punto tal de que resulte más ventajoso permanecer en tierra que continuar remando.
Si por efecto del viento, en un día determinado la velocidad promedio no supera los 3 km/h, parece mejor opción permanecer en tierra para recuperar fuerzas que agotarse físicamente. Sabíamos que podía tocarnos algún día en el que estuviéramos obligados a permanecer "en puerto", así que acordamos remar todo lo que fuera posible por día de modo de ir sumando la mayor cantidad de kilómetros.
En 2006, durante el viaje con Martín, habíamos "descubierto" por casualidad la conveniencia de no ajustarse al plan, cuando llegamos muy temprano a Punta Lara, destino del segundo día de navegación, y nos encontramos con guardavidas que nos informaron que después de cruzar los malecones había balnearios en toda la costa donde podríamos acampar sin problemas.

El CNQ por la mañana del domingo 11/03

Del CNQ salimos después de las 11 de la mañana, así que como suele decir Ariel, me daba por bien pagado si en el día conseguíamos llegar a La Bagliardi, que es un balneario ubicado a unos 44 km de Quilmes. Salimos al río por la misma escollera que habíamos entrado al club la tarde anterior, y a la altura del muelle del Pejerrey Club de Quilmes, vimos algunos pescadores en kayaks sobre sus SOT. La dirección del viento era la misma que la de la noche anterior, desde el sudoeste, aunque la intensidad era mucho menor, permitiendo navegar y velear sin problemas.
Fijamos el rumbo hacia el extremo de costa donde parecía terminar el continente, que seguramente no era otra cosa que Punta Colorada y no pasó mucho tiempo para que hacia la izquierda apareciera una línea de costa más lejana. Esa forma borrosa, que parecía un grupo de árboles, podía tratarse de de Punta Lara, así que fijamos el rumbo entre medio de las dos puntas, porque ya que estábamos bastante lejos de la costa por efecto de la deriva que el viento ocasionaba. Como para tener una idea, no hubiéramos sido capaces de distinguir un auto en tierra.

A la altura de la costanera de Hudson vimos a lo lejos algunos kayaks en el agua, que suponíamos se trataba de participantes de un concurso de pesca, anunciado para ese día. Más adelante, gracias a Gerardo Mancini, me enteraría que el concurso había sido suspendido por las condiciones climáticas. Gerardo y Angel Cucurullo, otro kayakista de la zona, nos estuvieron esperando en el agua el domingo por la mañana. Lamentablemente, pasamos tan alejados de la costa que no nos vimos.
Antes de llegar a Punta Lara se acercó un semirrígido de PNA, de esos que tienen una cubierta cerrada por una estructura de fibra de vidrio de ángulos rectos muy poco estética para proteger a la tripulación de las inclemencias del tiempo. Suponemos que lo hicieron para curiosear qué era eso que venía flotando con vela y remos... pero sin mascarón de proa y sin vikingos arriba.

Después de pasar por Punta Lara, vimos las gigantescas grúas del puerto de Ensenada, y fijamos el rumbo a la izquierda de las mismas porque no había otra referencia visual. Al rato, cuando divisamos el muelle de 1200 metros de largo de la toma de agua de la isla Santiago, modificamos nuestro curso unos grados más hacia la izquierda. Finalmente, cuando se hizo visible la escollera que se continúa en los célebres malecones, fijamos el rumbo hacia donde ésta terminaba.
El viento sudoeste que nos acompañó toda la jornada, comenzó a perder intensidad después de cruzar los malecones, cuyos postes, con excepción de uno, no fueron visibles debido a un nivel del agua inusualmente alto. Los malecones son dos barreras de piedras que delimitan el canal de salida del puerto de La Plata, para evitar la sedimentación del mismo. Estas barreras de piedras están marcadas con tres hileras de troncos para que las embarcaciones las vean y no pasen sobre ellas. Cuando se entra a puerto se los deja por babor y cuando se sale se los deja por estribor. Según nos explicaría Angel Cucurullo, en ocasión del encuentro anual de kayakistas en la isla Martín García, cruzar los malecones puede ser complicado cuando la marea baja con fuerza porque una mala maniobra puede tener como consecuencia que un kayak quede trabado en estos palos y vuelque. Sería algo así como pasar debajo de un muelle con tres hileras de postes un día que el Río Sarmiento bajara muy fuerte, y no sería descabellado imaginar las mismas consecuencias.

Después de pasar el primer balneario de Berisso, el que está ubicado al sur de la escollera del puerto, nos detuvimos por primera vez en una playa natural.
Playita natural sobre el Río de La Plata en Berisso
A los pocos minutos continuamos remando, pasando primero por el balneario Palo Blanco, que estaba bastante concurrido de gente, y después por otro denominado la Bagliardi. Remamos a escasos metros de un desagüe cloacal. Y si no era ese tipo de desagüe, lo imitaba muy bien. Alrededor de la cañería se concentraban alegremente peces, aves y pescadores.
A diferencia de lo ocurrido en 2006, en esta ocasión este desagüe fue el único momento en el que nos resultó desagradable el olor y el aspecto del agua. En aquel viaje, a la altura de Berazategui, el mal momento duró unos cuantos kilómetros.
Mientras iba disminuyendo la luz diurna, vimos a lo lejos algo que parecía ser una casa, ubicada antes de llegar a lo que creíamos era Punta Blanca. Suponíamos que se trataba de La Balandra, pero la perdimos de vista cuando cayó la noche y al acercanos cada vez más a la costa. Sobre ésta había unas luces, que resultaron ser del balneario llamado Municipal, el cual estaba bastante inundado. Unos pescadores que estaban ahí nos confirmaron que estábamos cerca de La Balandra, y nos sugirieron alejarnos unos 30 metros de la costa para evitar “unos paredones” y también mencionaron que antes de llegar a nuestro destino íbamos a ver una boya.
Interpretamos que los “paredones” eran algo así como las estacadas, que son construcciones ubicadas entre la costa y el agua, paralelas a la primera y que tienen como función evitar la erosión. Pero resultó que no era así.
En realidad estos paredones eran similares a las escolleras que hay en algunas playas marplatenses, así que estaban construidos perpendicularmente a la costa, sobresaliendo de la misma unas decenas de metros. Si el río no hubiese estado tan calmo y la noche tan silenciosa, no habríamos podido ver frente a nosotros a una ola rompiendo de forma extraña, y a nuestra izquierda una cosa oscura emergiendo del agua. Era evidente que delante nuestro había algo y que no era buena idea seguir por ahí, así que retrocedimos y tratamos de rodear eso que no sabíamos qué era ni que forma tenía, poniendo rumbo hacia la luz de un bote. Sus ocupantes nos indicaron que las próximas luces que veríamos serían las de La Balandra. La boya mencionada anteriormente no la veíamos por ningún lado o, mejor dicho, las luces que debería tener la boya. Al día siguiente, comprenderíamos por qué no la vimos en ese momento.

Dejamos atrás al bote, que se puso en movimiento en dirección a la costa, desde donde las personas que estaban en el Municipal les daban indicaciones con gritos y luces respecto de cómo acercarse a tierra en forma segura.
Al rato, vimos luces sobre la costa, en mayor cantidad que las observadas en el “Municipal” y nos acercamos. Yo lo hice hasta una distancia donde podía oírme un grupo de personas que me confirmaron que ese lugar, del que se veían algunas construcciones sobre pilotes y un vehículo, era La Balandra.
Ariel se acercó a la costa unos metros antes y me avisó que donde él estaba se podía desembarcar sin problemas porque había una playita. Desembarcamos al lado de una caseta de guardavidas, arrastramos los botes tierra dentro solamente unos diez metros y nos dedicamos a armar las carpas en un sitio que contaba con luz  eléctrica encendida permanentemente. En el lugar había una casa en construcción sobre unos pilotes, un par de baños químicos, un tomacorrientes en el mismo poste de iluminación, un kayak de los que se denominan “chanchas”, que no es otra cosa que un bote similar a un slalom pero más “user friendly” y voluminoso, y un semirrígido con su motor instalado. Ambas embarcaciones estaban identificadas como pertenecientes a un cuerpo de guardavidas, por lo que concluímos que estábamos acampando en la base de los guardavidas de La Balandra. Después de cenar y de verificar que el nivel del agua estaba bajando, nos fuimos a dormir.


Día 3: De La Balandra hasta el Arroyo Juan Blanco.


Por la mañana, con los primeros rayos solares, el paisaje de La Balandra nos sorprendió gratamente. Mientras la luz se filtraba a través de los árboles que nos rodeaban, disipando los restos de la niebla matinal, teníamos frente a nuestros ojos toda la inmensidad del Río de La Plata, a muy pocos metros de nuestras carpas. Mientras se calentaba el agua para el mate, caminamos hasta la costa para ver si era posible ver qué era eso que casi habíamos chocado la noche anterior y vimos el “paredón” sobresaliendo de la costa. Terminado el viaje y revisando las imágenes satelitales de google maps, se ven 4 o 5 de estas estructuras, para cuya existencia no hemos encontrado una explicación.
También vimos la boya, cuyo tamaño era similar a las que están en el Paraná para marcar el canal navegable. Por la distancia a la que estábamos, no era posible determinar el color de la misma, aunque había dos opciones: o totalmente roja (la que se deja por babor cuando se sale de puerto) o roja y blanca (aguas seguras). De estas últimas hay muy pocas y, si no me equivoco, la única que he visto está frente a las costas de Vicente López. Por el tamaño de la misma, está claro que se trataba de una boya que se zafó de su ubicación original por alguna tormenta y terminó allí. Lógicamente, no tenía iluminación alguna y por eso no la habíamos visto.
Si se hubiera atravesado en nuestra derrota la noche anterior, podríamos haberla chocado. 
La Balandra por la mañana. A la izquierda, la boya. Más a la izquierda, los paredones
 Después de desayunar, desarmamos las carpas, cargamos los botes, inspeccionamos el lugar donde acampamos para asegurarnos de no olvidar nada, dejamos la basura en su respectivo lugar y finalmente acercamos los kayaks al agua. 
Campamento en La Balandra
Una vez en el río, de puro curioso miré hacia atrás y ví que los rascacielos de la ciudad parecían flotar, como si Buenos Aires se tratara de una isla hiperurbanizada separada del resto del continente. Entre nosotros y los edificios más altos de la ciudad, que eran unas formas borrosas, había una franja de costa lo suficientemente baja como para producir este espejismo.
A lo largo de la jornada el viento no tuvo intensidad suficiente como para permitir el uso de la vela de Ariel, así que remamos en un río que parecía un espejo.
La ubicación de Atalaya fue muy fácil de determinar gracias a la presencia de una antena de dimensiones importantes que se ve desde lejos, y que suponíamos pertenece al destacamento de PNA localizado en esa ciudad. Al acercarnos, vimos las escolleras que están a la derecha de la desembocadura del arroyo Buñirigo. Sobre estas construcciones, que no son otra cosa que piedras apiladas sobre el fondo del río, había algunas personas pescando sin demasiado éxito, al menos mientras nosotros pasábamos por allí. Hicimos la parada para almorzar en Magdalena, que está a unos pocos kilómetros al sur de Atalaya. Vimos una bandera blanca y una zona despejada sobre la costa, que creímos podía ser una bajada para embarcaciones, así que hacia ese lugar nos dirigimos. Una vez que desembarcamos en lo que parecía ser un pequeño camping, ubicamos el calentador al reparo de una parrilla y cocinamos una polenta a la que la agregamos una salsa lista, un sobre de queso rallado y huevo en polvo.
Después de almorzar salí a caminar por el lugar buscando señal con el teléfono celular y me topé con un cartel que indicaba que nos habíamos detenido en el club de pesca y de náutica de Magdalena. Llegué hasta la costanera, donde alrededor de la estatua de una sirena hay algunos negocios en los que se puede conseguir artículos de almacén, de pesca y hasta lisa ahumada. Una pena no haberlo sabido antes de preparar el almuerzo. 
La Sirena de Magdalena
Al rato continuamos remando por el Río de La Plata, sabiendo de antemano que no llegaríamos a Punta Indio, por lo que la única alternativa sería acampar en el mejor lugar que encontráramos antes de que nos restaran dos horas de luz solamente. Así fue que poco después de las 17 decidimos detenernos porque consideramos que el río estaba bastante bajo, y parecía que esa tendencia iba a continuar. Nuestra preocupación era encontrarnos frente al siguiente escenario: el río más bajo, por lo tanto más alejados de la costa y con menos horas de luz restante, lo que hubiera significado tener que acercar los botes hasta tierra caminando, con la consecuente pérdida de tiempo, viéndonos obligados a armar el campamento prácticamente a oscuras y ayudados únicamente con la luz de nuestras linternas frontales.

Nos dirigimos a un lugar en la costa que se veía alto, aunque para acercarnos tuvimos que bajar de los kayaks y llevarlos a tiro del cabo de proa por una canaleta en la que no era posible remar sin quedar varados. Las carpas se armaron en el sitio más alto que encontramos y los botes quedaron atados en un escalón más abajo. Había un lugar más protegido detrás de los árboles y con el suelo cubierto de arena, pero temíamos que el agua llegara hasta allí en el horario de la pleamar, así que lo descartamos. Hasta evaluamos la posibilidad de ingresar por la boca de un arroyo que se veía allí, por un temor injustificado a la crecida, y por suerte descartamos esa idea. Después de finalizada la travesía, Angel Cucurullo vió un video que hicimos resumiendo el viaje y nos dijo que ese arroyo parecía ser el Juan Blanco, por lo que de ser así la posición del campamento del tercer día sería 35°06'32.0"S 57°24'04.5"W.
Poco después de la cena nos fuimos a dormir. A mitad de la noche escuche ruido de olas rompiendo muy cerca de nosotros, y por las dudas salí de la carpa para asegurarme que el agua, que había empezado a subir mientras estábamos preparando la cena, no estuviera cerca de los botes. Por suerte, comprobé que todavía estaba bastante lejos y que por efecto del viento el sonido de la rompiente parecía cercano.


Día 4: Desde el arroyo Juan Blanco a Punta Indio.


Cuando salimos de las carpas, nos sorprendió lo que vimos: en lugar de la crecida que temíamos que nos sorprendiera durante la noche, ocurrió todo lo contrario. La bajante nos había alejado del río más o menos unos 200 metros. Enterramos un palito en el límite del agua con la costa para ver cómo evolucionaba, y resultó que seguía bajando. Por lo tanto, estábamos obligados a trasladar botes y equipaje por tierra para acercarlos al agua tanto como fuera posible... y había que actuar rápido porque iba a ponerse peor.
Para situaciones como esta, es muy práctico contar con un bolso de desembarco en el cual llevar la mayor cantidad de cosas y por ende hacer la menor cantidad de viajes desde la costa hasta el agua. Otro detalle a tener en cuenta es el peso del bote. En mi caso particular, si me hubiera encontrado solo, creo que debería haber arrastrado el kayak hasta llegar al agua, ya que no es muy recomendable cargarse al hombro los casi 30 kilos del Franky.

Los kayaks son esos dos puntitos claros alineados con los bultos, y están a medio camino entre éstos y la costa


Comenzamos a navegar después de las 11:00 y , para nuestra sorpresa, la marea comenzó a subir. La tabla de mareas informaba que a las 11:23 era la pleamar (altura máxima) en Punta Indio y a las 12:17 en Atalaya. Nosotros estábamos en algún lugar entre medio de esos dos mareógrafos y no entendimos por qué comenzó a subir tan tarde, o así nos pareció al menos. 
A diferencia de los dos días anteriores, el paisaje tenía otro aspecto: había menos árboles y se veían más playas. De vez en cuando, veíamos sobre la costa alguna boya que se zafó de su anclaje en el canal. Estaban en distintos estados de conservación: algunas con su característico color rojo o verde , lo que indicaba que hacía poco tiempo que habían ido a parar ahí y otras totalmente cubiertas por el óxido.

Al principio del día el viento fue favorable, pero fue rotando y a las 14:00, cuando estábamos llegando a Punta Indio, se transformó en un sudeste de intensidad media. El objetivo de la jornada, basándome en la experiencia de los dos viajes anteriores, era llegar hasta Punta Piedras, distante a unos 20 kilómetros de Punta Indio.
La intensidad del viento no nos impedía seguir remando, pero quizás llegábamos a Punta Piedras más cansados y más tarde de lo esperado. Y si la marea decidía hacernos lo mismo que en el viaje de 2006, la combinación de cansancio, poca luz y desembarco complicado podía ser muy desagradable.
Así que mientras almorzábamos en el balneario El Pericón, evaluamos cuáles eran nuestras opciones. Lo más razonable parecía ser continuar remando 10 kilómetros más hasta el camping El Descanso (así está denominado en google maps el lugar popularmente conocido como Quincho Castelli) o quedarnos en uno de los campings de Punta Indio. Decidimos esperar hasta las 16:30 y si no había variaciones en la intensidad del viento o en la dirección, nos quedaríamos allí.

Ariel Arce Ramos disfrutando de la playa del balneario El Pericón en Punta Indio.

En Punta Indio nos ocurrió algo que cuando éramos kayakistas solteros no nos había pasado jamás: en la playa de El Pericón nos encontramos con dos chicas muy simpáticas, que muy amablemente nos indicaron dónde quedaban los campings, el almacén y los tanques de agua potable.

Finalmente el viento nos ayudó a decidir que el martes haríamos noche en Punta Indio, así que instalamos las carpas en el mismo camping donde estaban las chicas junto a una pareja de brasileros, ubicado a unos 50 metros del balneario. Los botes quedaron en la playa prácticamente vacíos, atados a un poste de luz. Tanto el balneario como el camping estaban prácticamente desiertos, lo que nos daba cierta tranquilidad respecto de dejar los kayaks fuera del alcance de nuestra vista. Este es uno de los beneficios de viajar fuera de la temporada vacacional.

Full Metal Nativo

Una vez instalados en el camping, y después de ducharnos por primera vez desde que iniciamos el viaje, cocinamos un guiso de lentejas para cenar, dando cuenta de dos de las 4 cebollas que llevaba en el kayak. Compartimos el quincho con las chicas, y nos enteramos que, al igual que sus amigos brasileros, conformaban una feliz pareja y pensaban casarse el año siguiente.

Después de la cena, cocinamos medio kilo de arroz que mezclamos con las lentejas sobrantes con la idea de almorzarlas al día siguiente, y no perder tiempo en cocinar como nos ocurrió en Magdalena. No hubo forma de conectarse a internet con los celulares, así que solicitamos los pronósticos vía sms a Norberto Haerthel y a Héctor Alonso. Afortunadamente la información recibida eran buenas noticias, así que nos fuimos a dormir con bastante optimismo para el día siguiente.




SEGUNDA PARTE: THIS IS THE SHIT

Día 5: desde Punta Indio hasta El Cangrejal.

Una vez despiertos, comenzaba la rutina de todos los días: calentar agua para el mate del desayuno, guardar la bolsa de dormir, desinflar y plegar el colchón, desarmar la carpa, cambiarse de ropa, acercar los botes al agua y estibarlos prácticamente en su totalidad. Ese día la dirección del viento era favorable para la vela, pero su intensidad nos complicó el ingreso. En mi caso, quedé paralelo a la costa por efecto de la rompiente y al abrir el faldón se llenó de agua el cockpit, así que tuve que vaciarlo para volver a entrar. Ariel entró sin problemas, pero el mástil de la vela se zafó del soporte y tuvo volver a la playa para colocarlo en su lugar.

Después de salir de El Pericón, nos alejamos de la costa buscando mayor profundidad para evitarnos lidiar con los molestos “corderitos”, que es como se denomina a los espumones que hacen las olas cuando rompen. Al divisar el Quincho Castelli, me acerqué a la costa, bajé del kayak y comencé a recorrer el predio buscando señal de datos con el teléfono. Al igual que en Punta Indio, el camping estaba prácticamente desierto, excepto por la presencia de una carpa y un grupo de pescadores que se encontraba trabajando en la playa. La búsqueda de señal de datos no arrojó resultado positivo, y tampoco era cuestión de perder una gran cantidad de tiempo en esto, así que volví al agua a reunirme con Ariel para continuar en dirección a Punta Piedras. El paisaje nuevamente variaba, y ahora consistía en grupos de árboles aislados y pastizales. De vez en cuando, veíamos algunas edificaciones abandonadas. Cuando el GPS marcó 21 kilómetros desde que salimos de Punta Indio, divisamos el galpón con techo a dos aguas y el casco de la estancia “Rincón Grande”, en la cual se encuentra instalado el faro de Punta Piedras.

La ubicación del faro, según lo referido por google maps, la suponía en otro lugar más al sur, y del cual hablaremos más adelante. Teníamos profundidad como para remar sin necesidad de separarnos de la costa excesivamente, aunque ocasionalmente la cuchara tocaba el fondo, que es irregular y de tosca, lo que ha inspirado el nombre al lugar. Alguna que otra vez también el casco del kayak corrió la misma suerte que la cuchara, recordándome el viaje del 2006.
Con el rodeo de Punta Piedras cambiamos por primera vez el rumbo sudeste que veníamos manteniendo desde el día de la partida por sudoeste. De ese modo, estábamos entrando a la Bahía de Samborombon, la parte más dura de nuestra travesía.
Según wikipedia, el nombre a esta amplia bahía fue dado por los miembros de la expedición al mando de Magallanes allá por el año 1520, quienes atribuyeron la formación de la bahía al desprendimiento de la isla de San Borondón.
La isla de San Borondón es una leyenda popular de las Islas Canarias sobre una isla que aparece y desaparece desde hace varios siglos, con origen en el periplo legendario de San Brandán de Clonfert (en Canarias el nombre se adaptó a la idiosincracia local como «San Borondón», así como los kayakistas le decimos “yelco” a la pintura plástica “gel coat”). Inclusive algunos cartógrafos medievales la han ubicado en los mapas que hicieron, seguramente esos que también incluían monstruos marinos.
Ya con rumbo sudoeste, divisamos a lo lejos unas construcciones. Por lo que había visto en google maps, le dije a Ariel que eso tenía que ser el faro de Punta Piedras, lo cual a él no lo terminaba de convencer por dos motivos: el faro debería estar ubicado en el extremo norte de la bahía y no tan al sur. El otro motivo era que había muchas edificaciones.
Calculábamos estar frente al “faro” alrededor de las 13:00, por lo que acordamos detenernos a almorzar frente a él, imaginando que la costa sería más accesible que en cualquier otro lugar.
A medida que nos acercamos, se reforzaba la hipótesis de Ariel de que “eso” de faro no tenía nada. Estaba rodeado por columnas de alumbrado que me recordaron las que se ven alrededor de los estadios de fútbol. La estructura que más se destacaba respecto del resto era similar a una torre de lanzamiento de cohetes, o a cómo nos imaginábamos que podía llegar a ser. También había un galpón que se parecía una carpa estructural gigante, porque parecía estar hecho de lona. Por último, había una antena de grandes dimensiones.
Hasta la costa no fue posible llegar remando debido a la escasa profundidad, así que bajamos de los botes y nos hundimos por primera vez en el barro característico de la Bahía.
Una vez en tierra firme, vimos las primeras cuevas de cangrejos, y hasta a algunos de sus ellos que no se asustaron con nuestra presencia y permanecían allí  observándonos.
Mientras almorzábamos el arroz preparado la noche anterior, seguíamos preguntándonos qué era realmente “el faro” y hasta hacíamos chistes respecto de que en cualquier momento iba a aparecer un grupo de soldados o de un drone de vigilancia. Creáse o no, apareció un policía de la provincia de Buenos Aires sin identificación, seguido por un joven con apariencia de civil. Vinieron a avisarnos que no podíamos permanecer en el lugar porque estábamos frente a la plataforma de lanzamiento de los cohetes Tronador. Después de solicitar nuestros datos, nos invitaron a retirarnos a la brevedad. Ariel preguntó si podíamos permanecer 5 minutos más, a lo que el policía respondió "5 minutos es mucho tiempo" argumentando razones de seguridad. Según nos explicó, iban a hacer unas pruebas en las cuales existía el riesgo de explosión, y si esto pasaba nuestras vidas corrían peligro.

Nos vimos obligados a volver al agua a la brevedad y comenzamos a remar con intenciones de llegar hasta la desembocadura del río Samborombon. Si lo conseguíamos, recuperábamos el tiempo perdido el día anterior porque el objetivo del plan para la quinta jornada era Punta Piedras- Río Samborombon.

Fue a poco de dejar la versión bonaerense de “cabo cañaveral” bonaerense que a Ariel se le ocurrió el mejor chiste de la travesía, porque dijo "cuando nos preguntó que hacíamos deberíamos haberle respondido con acento ruso: nosotros kayakistas casuales" y preguntarle por la fórmula del cohete.
A la altura de lo que suponemos fue el cruce de las rutas 11 y 36 los celulares se conectaron por primera vez a datos desde los dos segundos en Magdalena y entraron todos lo mensajes de whatsapp. Ariel aprovechó para revisar el facebook y por una publicación de Diego Galíndez nos enteramos que la escuela ubicada en el arroyo Caracoles tampoco se iba a cerrar, así que la noticia nos alegró el día. A diferencia de 2006 y 2007, creo que estábamos navegando con menos profundidad y más alejados de la costa, que ya mostraba el paisaje característico de la bahía: ni un árbol cerca del río, y los pocos montes que se veían estaban alejados.

Aún faltaba un buen tramo para llegar al Samborombon y desde el sudoeste vimos acercarse unas nubes que no nos gustaron, de aspecto tormentoso.
Cuando pudimos ver con claridad la antena del destacamento de PNA de Río Salado, la tormenta que habíamos visto aproximarse ya la teníamos prácticamente encima. Además, delante nuestro, una nube parecía avanzar al nivel del agua en dirección al este. Yo jamás había visto algo así. Ariel no podía decir lo mismo: había observado un comportamiento del clima similar en ocasión de un viaje a Martín García con una kayakista de su guardería en el que fueron sorprendidos por una tormenta en el canal lancha Petrel y fue necesario llamar a Prefectura.
Después empezamos a ver relámpagos. Ariel era partidario de continuar los 3 kilómetros restantes hasta la desembocadura del Samborombon pero a mí me preocupaba la proximidad de la tormenta.
Por un lado, estábamos muy cerca de nuestro destino. Por el otro, un Pampero se nos venía encima, nuestro rumbo era exactamente opuesto a la dirección que iba a tener el viento, íbamos a tener que alejarnos de la costa buscando mayor profundidad para poder avanzar más rápido y era probable que el Pampero nos derivara río adentro. Para hacer las previsiones aún más catastróficas, podría ocurrir que cayeran rayos mientras estábamos en el agua.

Había 3 desenlaces posibles: hacíamos costa a la brevedad, o seguíamos remando hacia el Río Samborombon y llegábamos sin novedad o la tormenta nos caía encima mientras estábamos en el río, determinando la naturaleza el alcance final de las consecuencias.
Creo que con el paso de los años me he puesto más conservador (para no usar otro sinónimo menos elegante) así que le sugerí a Ariel que hagamos costa a la brevedad. Me parece que mucho no le gustó la idea, pero él tiene este criterio: ante dos opciones en discusión considera que hay que optar por la menos arriesgada.
Por lo tanto, decidimos iniciar un desembarco de emergencia en la Bahía de Samborombón, lo que  resultaría ser una pésima idea, aunque peor hubiera sido seguir remando y que a alguno de los dos le cayera un rayo sobre la cabeza.

Para empezar, remamos hasta que no fue posible seguir avanzando porque debajo del bote había muy poca agua. No vimos otra opción que bajarnos de los kayaks, y nos enterramos en el barro por encima de las rodillas. Por lo tanto, cada paso consistía en desenterrar una pierna, apoyándonos sobre los kayaks, y empujarlos para que deslicen sobre el lodo.
La costa parecía estar siempre en el mismo lugar, por lo que en un momento empecé a contar los pasos porque así al menos sabía que estaba avanzando. Cuando llegaba a contar 50 pasos, me detenía para recuperar el aliento.

Al llegar a la costa, descubrimos que tenía unas características que distaban bastante de ser ideales. El suelo era irregular y barroso, como para enterrarnos hasta los tobillos en las partes más blandas. Estaba cubierto de pastos duros y altos, sobre los cuales pisábamos para no enterrarnos. Mientras llevábamos el Egeo, Ariel resbaló y se cayó, golpeándose la cabeza con la proa del kayak. Afortunadamente el golpe no fue grave, porque si así lo hubiera sido deberíamos haber necesitado ayuda externa para salir de ahí.
Después de una jornada agotadora que consistió en remar más de 50 kilómetros, desembarcar en uno de los peores lugares posibles de la zona y trasladar los botes cargados por arriba de un cangrejal, nos pusimos a armar las carpas rápidamente en los únicos dos claros que había disponibles entre los pastizales, justo donde terminaba la costa. Por lo tanto, el campamento iba a quedar muy cerca del agua si llegaba a subir, pero no teníamos una opción mejor.
Para quitarnos el barro de encima usamos la esponja de achicador y el agua disponible en algunos charcos. La cena consistió en algo rápido: abrir una lata de pescado y un paquete de bizcochos para poder dormir cuanto antes. Cuando llegó la tormenta, comprobaría los inconvenientes de haber comprado una carpa que  soporta una columna de agua de 800 mm, que debe ser la misma tolerancia que tienen los paraguas que venden a la salida del subte los días de lluvia. Del lado que le daba el viento, apareció agua en el interior del techo, inconveniente que más o menos solucioné acomodando la bolsa de domir del lado opuesto, y guardando en bolsas de nylon a todas las cosas que estaban del otro lado.

Día 6: Del Cangrejal al Río Samborombon.

Amaneció despejado y ventoso, como habíamos esperado. Por acción del viento, se habían secado las carpas y la lluvia había lavado los botes. La marea estaba baja, así que a nuestro alrededor veíamos lo que parecía ser agua pero en realidad es una mezcla con barro que actúa como éste último: no se puede remar sobre él y si se quiere caminar encima, nos hunde hasta arriba de las rodillas.
A lo lejos, se veía el río bastante picado por el viento de 60 km/h que debía estar soplando. Después de desayunar comenzamos a evaluar nuestras opciones. Lo más razonable era esperar que el nivel del agua subiera lo suficiente para no embarrarnos o hacerlo lo menos posible y conseguir un pronóstico a través de SMS para saber si en algún momento la intensidad del viento bajaría como para permitir navegar en condiciones relativamente seguras.
No habíamos terminado de desarmar las carpas cuando el agua comenzó a acercarse a los botes, así que lo más rápido que pudimos cargamos los kayaks y nos vestimos como para salir a remar. Pasara lo que pasara, había que mantener las cosas secas y seguras. El agua siguió subiendo, obligándonos a mover los botes tierra adentro y a nosotros a buscar un lugar más o menos reparado y seco donde sentarnos. Lo única vegetación que había para protegernos eran los pastos altos: ni árboles ni arbustos cercanos. Todavía no era el momento para entrar al agua.
Rato más tarde los botes empezaron a flotar y a moverse cuando una ola les rompía encima. Las gotas que se producían cuando el agua rompía en la costa llegaban hasta donde estábamos y por momentos este "spray" se ponía molesto. También empezaba a rodearnos el agua inundando las partes más bajas del terreno a nuestro alrededor. Esto significaba que había que alejarse aún más del agua. Finalmente llegamos hasta lo que podría denominarse la marca histórica de las crecidas: una zona delimitada por una pila de pastos secos, troncos y basura que alguna sudestada llevó hasta allí. Lo único favorable del día fue que el sol estuvo presente todo el tiempo, porque con ese viento, sin reparo y en un día nublado, la hubiéramos pasado peor. Alrededor del mediodía cocinamos una polenta, improvisando un reparo para el calentador con los restos de unas tablas que encontramos en el “basurero natural”.
Héctor y Norberto nos habían pasado un pronóstico que decía que a partir de las 15:00 la intensidad del viento iba a bajar, así que esperábamos ansiosos que llegara ese horario. Claro que windguru muestra el pronóstico cada 3 horas, y si el viento bajaba entre las 15:00 y las 18:00, en realidad podía bajar a las 16:00 o a las 17:30.
Alrededor de las 16:00, el agua retrocedió como para que fuera posible ver todo el pasto nuevamente, y nos pareció que el viento había disminuido su intensidad. Decidimos que era el momento para intentar salir del cangrejal y buscar refugio en el río Samborombon. Entrar al agua fue muy sencillo: ubicamos los kayaks sobre el pasto de modo que únicamente flotaran las proas, nos subimos y nos impulsamos con las manos.
La navegación estuvo bastante movida debido a que las olas eran altas comparándolas con lo que es habitual en una sudestada en el Río de La Plata en la zona de San Isidro. Cuando alguna rompía sobre cubierta, era necesario apoyar sobre la espuma para disminuir la probabilidad de un vuelco.
A pesar de las condiciones, la velocidad era superior a la esperada, suponemos que por la dirección de la marea y por la disminución de la intensidad del viento. La distancia con el waypoint que había tomado de google maps y que supuestamente marcaba la entrada al Río Samborombon se iba reduciendo, pero no podíamos ver la desembocadura.
En el agua, frente a nosotros, aparecieron un par de palos. Si se trazaba una línea recta imaginaria entre ellos, y se prolongaba esta línea hacia la costa, parecía que había una entrada. Fuimos hacia allá y resultó ser el Samborombon. Por primera vez desde el sábado, volvíamos a remar por un río en el que podíamos ver las dos costas simultáneamente. Pasamos por debajo del puente de la ruta 11, y la vela de Ariel que iba desplegada pasó a escasos centímetros de la parte superior del mismo, como para darse una idea de la altura que había alcanzado el agua.
Llegamos hasta el camping que había mencionado Gerardo Mancini, y lo llamativo fue la cantidad de muelles que había. El nivel del agua era tan alto, que con 20cm más se hubieran convertido en rampas. Vimos un par de lanchas de las llamadas “truckers” con los motores fuera de borda puestos, así que eso era indicio de que encontraríamos a alguna persona en el lugar. Bajamos a tierra, y vimos a un hombre mayor manipulando una red. El camping tenía ciertas particularidades: no había parcelas, no había tomas de 220v, no se venían construcciones pero sí una gran cantidad de casillas rodantes que me hicieron acordar a “la favela”, que es como se denominaba a un grupo de casillas del mismo tipo que estaban en la base de Argentina Rafting unos 10 años atrás y que eran utilizadas por los guías brasileros.
Le preguntamos al pescador, que se presentó como Mario, si era el encargado del camping y dijo que no, que vaya por el camino que salía de este lugar hasta una casa donde vive un tal Oscar que es el dueño del lugar. Fuí hasta allá, le pagué a Oscar por nuestra estadía y de paso comprobé que tiene un almacén bastante surtido. Al regresar al camping, encontré a Ariel tomando mate y conversando con Mario. Nos contó que era oriundo de Berazategui y que se dedicaba a la pesca artesanal. Su vivienda parecía un acoplado de camión de tipo térmico acondicionado para alojar a 4 personas en dos camas cuchetas y no recuerdo que tuviera ventanas. Estuvimos conversando un buen rato de las técnicas que usaban para pescar, de la cantidad de personas que paran en el lugar durante la temporada de pesca y de las características de la bahía. Nos explicó que la red en la que estaba trabajando era una red de lisa, y que se pescaba con dos embarcaciones, una de las cuales se encargaba de hacer ruido para alejar al cardumen de lisas y la otra de recoger la red con el pescado atrapado. Mencionó que en el lugar en temporada de pesca de corvina rubia, pueden alojarse hasta 100 personas, lo que explicaba la cantidad de casillas rodantes desocupadas y que los 6 muelles y la rampa de cemento se encontraran en tan buen estado si se las comparaba con las instalaciones destinadas a las "comodidades".
Después de haber estado todo un día en un cangrejal, para nosotros el lugar era casi paradisíaco. Terminaba el jueves, y si teníamos por delante dos días seguidos con condiciones climáticas favorables, podríamos llegar a San Clemente el sábado. A pesar de que antes de ayer nos habíamos detenido en Punta Indio en lugar de llegar Punta Piedras y de que habíamos perdido un día en el cangrejal, aún seguíamos en carrera.

Día 7: de Río Samborombon a Canal 9

Como estaba pronosticado, el día amaneció ideal: despejado y con muy poco viento. Un auto había llegado de madrugada, así que cuando salimos de las carpas vimos a 3 personas que no estaban el día anterior preparándose para salir a pescar. Mientras se calentaba el agua para los mates acostumbrados, iniciamos el desarme del campamento. Los muelles, que el día anterior habían resultado tan prácticos para sacar los botes del agua, ahora no parecían la mejor opción porque el nivel del río había descendido lo suficiente como para que únicamente se viera barro debajo de ellos. Afortunadamente quedaba como opción la rampa de cemento. Si bien antes de llegar al agua estaba cubierta de barro, éste nos sirvió para apoyar los botes casi vacíos, para terminar de cargarlos ahí. Finalizada la estiba, arrastramos los kayaks sobre el barro hasta el río Samborombon.
Cruzamos nuevamente el puente de la ruta 11, esta vez en dirección opuesta, buscando el Río de La Plata. Éste no se parecía en nada al de la jornada anterior.
Remamos hasta el primero de los dos palos que señalan la entrada al Samborombon, y que el día anterior nos había costado mucho distinguir entre los espumones de las olas para después fijar el rumbo hacia donde el GPS nos indicaba que estaba el waypoint del canal 9. Casi 180 grados, o rumbo sur prácticamente. El viento era nornoreste, así que con nuestro rumbo lo teníamos a las 7, y su velocidad difícilmente llegaría a los 20 km/h. Nos llamó la atención que tardamos un rato en ver la antena del destacamento de PNA de Río Salado, a pesar de haberla visto desde una distancia mayor el día anterior.
La entrada al Salado también está marcada con dos palos para que las embarcaciones que entran o salgan del río lo hagan por la zona de mayor profundidad. Frente a nosotros vimos flotando una boya roja de las que marcan el veril de estribor cuando se entra a puerto, con su característico tope de forma triangular. Por un cartel que tenía, era la del kilómetro 177 y probablemente se habría zafado de su anclaje en el canal Punta Indio debido al ventarrón del día anterior, y ahora flotaba en dirección a la que sería su morada final, algún lugar en las costas barrosas de la Bahía de Samborombon.
A medida que nos alejábamos del Salado la costa iba desapareciendo de nuestra vista, impresión reforzada porque en esta zona los árboles son escasos.
Vaya uno a saber por qué, pero durante gran parte del día nos la pasamos hablando de Freya, desde su cruce desde el canal 15 hasta Punta Rasa, de cómo le encontró la vuelta para hacer todas sus necesidades fisiológicas sin bajarse del kayak y cosas por el estilo. Y hablando de Freya, Ariel me contó una leyenda de la mitología nórdica llamada “El sol, la luna y Freya”, la cual puede resumirse más o menos así:

Después de una guerra, los dioses se dieron cuenta que necesitarían reconstruir un muro que rodeaba a Asgard, que había sido destruido durante la guerra. Este muro servía para protegerse de los gigantes. Un día llegó hombre alto con un asunto para tratar con los dioses. Odín reunió a todos los dioses para oír la propuesta del extranjero, que no era otra cosa que un gigante disfrazado, que les dijo que podría reconstruir la pared que rodeaba Asgard en un tiempo determinado. A modo de pago deseaba recibir el sol, la luna y a Freya como su esposa.
Odín no estuvo para nada de acuerdo y dijo a los dioses que no estaba dispuesto a entregar la mano de Freya, ni a dar el sol ni la luna.
Sin embargo, Loki pidió a los dioses que no se apuren y le pidió al gigante disfrazado un tiempo para considerar su oferta.
Loki sugirió que le propongan al constructor que si él podría hacer la pared en menos tiempo, conseguiría el premio que deseaba. Loki explico que no era posible que se pudiera terminar la tarea en el tiempo acordado, pero que al menos iba a hacer parte del muro que los dioses se encargarían de terminar.
Odín llamó al hombre alto nuevamente y le propuso el plan de Loki. El masón parecía dudar, pero finalmente acordó realizar el trabajo si a le se permitió utilizar su caballo para ayudarle. Los dioses estuvieron de acuerdo.
El gigante comenzó a trabajar rápidamente y el progreso en la construcción era asombroso. Cuando estaba llegando a su fin los dioses se dieron cuenta de que la muralla sería terminada a tiempo y tendrían entregar a Freya junto con el sol y la luna. Los dioses le recriminaron a Loki ya que gracias a su idea se encontraban en semejante situación.
Le exigieron entonces que hiciera algo para asegurar que la pared no se terminara a tiempo. Tres noches antes vencimiento del plazo, el caballo del gigante se encontró con una yegua hermosa. Se liberó de su arnés y comenzó a perseguir la yegua, sin que el gigante pudiera hacer nada por evitarlo.
Cuando éste se dio cuenta que no podría terminar su trabajo a tiempo, se enojó mucho y amenazó con destruir todo, así que apareció Thor y lo mató de un martillazo.
Tiempo después volvió Loki montando un caballo que tenía ocho piernas. Este caballo era el hijo de la caballo del gigante y de Loki, que se había disfrazado como la yegua.... y Odin se quedó con el caballo para él.

Después de pasar a la altura del Canal 15, fácilmente identificable por la antena del destacamento policial de la localidad de Cerro de la Gloria, la costa se haría cada vez más cercana. Evidentemente el viento nos derivó porque terminamos a algunos kilómetros al norte de nuestro destino.
La entrada con la que nos topamos no podía ser otra que la del arroyo Las Víboras, reconocible porque en una de sus márgenes todavía están los restos de la boya verde que ví 12 años atrás, aunque recordaba que se destacaba más. Ahora, hasta que no estuvimos frente a ella desde lejos parecía un poste.... y si no sabíamos que era una boya, quizás hubiera pasado por otra cosa.
Antes de entrar al canal 9 estuvimos haciendo un poco de navegación costera, así que la combinación de baja profundidad con la dirección de las olas tuvo como consecuencia que nos empapáramos un poco. Esto se combinó con el horario de modo tal que las remeras térmicas fueron insuficientes para mantener el calor corporal, así que llegamos a la desembocadura del canal 9 castañeando los dientes.
Hacer tierra no fue tan sencillo como esperábamos, pero tampoco tuvo las dificultades del miércoles anterior. La costa se elevaba más o menos un metro respecto del agua, el suelo era barroso como para enterrarse hasta los tobillos y estaba cubierto de esos pastos altos hasta la cintura característicos de la Bahía, muy similar al cangrejal sobre el que habíamos acampado antes de ayer. Subimos los botes cargados hasta ese terreno, los vaciamos todo lo que pudimos y llevamos los bártulos hasta una zona apta para acampar, de suelo firme con restos de conchilla y cubierto de pastos más cortos.
Después, arrastramos los botes lo más cerca posible de la zona de acampe. Por primera vez desde la Balandra, teníamos señal de datos en forma más o menos permanente. Aprovechamos para subir alguna que otra foto a las redes sociales, pedimos el pronóstico para el día siguiente porque hasta este momento no sabíamos si la travesía iba a terminar en Punta Rasa o en el cruce del canal 9 con la ruta 11. Hasta ese momento teníamos información contradictoria: por la mañana, los pescadores nos habían avisado de una tormenta para el sábado. El jueves, ya no recordábamos si Héctor o Norberto, habían mencionado viento del sur para el sábado. A medida que llegaban los whatsapp con las capturas de pantalla del windguru, nos iba ganando una sensación de euforia porque hablar de optimismo sería quedarse corto: viento del norte durante todo el día de unos 30 km/h. Esto significaba, nada más y nada menos, que llegaríamos a Punta Rasa después de todo.

Canal 9, después de confirmar el excelente pronóstico para el día siguiente.
Gustavo Feldman, el dueño de M&G Kayaks, se contactó con Ariel para avisarle que justo estaba por San Clemente del Tuyú ese fin de semana y no tenía problemas en traer nuestros kayaks de regreso. El generoso ofrecimiento era muy conveniente porque de ser así viajaríamos más cómodos en el Peugeot 504 de Carlos Maciel, mi primo político, quien en el plan original se encargaría de ir a buscarnos con botes y todo.
A medida que caía el sol, comenzamos a preparar la cena que consistió en una mezcla de polenta con salsa lista, queso rallado, huevo deshidratado y caballa.
Sabiendo que la organización vence al tiempo, decidimos armar una única carpa por esa noche y así desarmar el campamento más rápido al día siguiente.
Cuando se hizo completamente de noche, a la derecha del campamento, como si nos rodearan, aparecieron luces de ciudades, que seguramente correspondían a General Lavalle y a San Clemente del Tuyú. Detrás de un arbusto, una intensa luz blanca que aparecía de forma intermitente no podía ser otra cosa que el faro de Punta Rasa. Debería haber aprovechado ese momento para confirmar el waypoint tomado de google maps, pero no lo hice.
Mientras estábamos cenando, escuchamos el ruido de un motor y vimos una luz que se aproximaba por el norte, para finalmente detenerse cerca de de la desembocadura del canal 9. Después escuchamos unos ruidos así que concluimos que se trataba de pescadores de lisas, aplicando las técnicas explicadas por Mario. Los restos de la polenta quedaron guardados en la olla, y esta en el tambucho trasero de mi bote para alejarla de las hormigas o de algún cerdo salvaje que se le diera por curiosear en horas de la noche. Nos fuimos a dormir con un alto grado de optimismo, dando por sentado que la travesía terminaría al día siguiente de forma exitosa.


Día 8: Desde Canal 9 a San Clemente del Tuyú.

Debido a que habíamos decidido compartir carpa, nos despertamos en simultáneo. Donde habíamos visto luces la noche anterior, no se veía tierra, como si en esa dirección no habría otra cosa que agua hasta el continente africano. Para desayunar, terminamos lo que habría sobrado de la cena de la noche anterior, y comprobamos que la polenta con salsa se puede comer fría sin problemas por la mañana. Ariel vivió muchos años en México y allá los desayunos son salados, similares a nuestros almuerzos. En mi caso, creo que tengo el mismo paladar que Rambo cuando en la primera película de First Blood que hicieron el personaje del Cnel. Trautman dice del boina verde que “está entrenado para comer cosas que harían vomitar a un animal (To eat things that would make a billy goat puke!)”.
Debido a que la marea estaba subiendo, la partida fue más sencilla que la llegada. El nivel del agua era más alto que el día anterior, así que tuvimos que hacer un recorrido de menor distancia y fue más fácil bajar los botes.
Después de una entrada al agua muy cómoda, comenzamos a remar hacia la salida del Canal 9. Cuando estábamos a pocos metros de la desembocadura y mientras Ariel desenganchaba la vela de la cubierta, apareció un cerdo salvaje que se acercó a la costa a tomar agua. El rumbo que nos indicó fijar el GPS era de 110 grados, aunque para optimizar el uso de la vela con el viento del nornoreste, no pasamos de 120. A los pocos minutos de comenzar a remar se acercó un trucker, no sabemos muy bien con qué intención porque cuando sus tripulantes estuvieron a corta distancia nos saludaron y pegaron la vuelta. Quizás se trataba de los pescadores del Samborombon que querían asegurarse de que estábamos bien.
A medida que nos íbamos alejando de la costa, empezamos a ver olas grandes delante nuestro que rompían con unos lindos corderitos. Al llegar a la altura de estas, comprobamos que no eran ninguna ilusión óptica: eran grandes para lo que estábamos acostumbrados y, una vez que se atravesaban las primeras, la mayoría pasaban de largo sin romper.
Al rato de navegar en esas condiciones, el asunto se había puesto de lo más divertido. Los kayaks subían y bajaban, y si mal no recuerdo necesité hacer un solo apoyo, a diferencia de nuestra salida del cangrejal donde perdí la cuenta de los "low brace" efectuados.
Ahora bien, si se necesitaban satisfacer determinadas necesidades como comer u orinar arriba del bote porque hacer costa no era una opción, estábamos complicados. Poníamos la proa perpendicular a las olas y tratábamos de hacerlo rápido, porque en seguida el viento giraba el kayak dejándolo paralelo a las ondas. Hacer balsa o “catamarán” no parecía ser una buena opción porque los botes terminaban chocando.
Cuando la costa prácticamente desapareció de la vista, sugerí que modifiquemos el rumbo más hacia el sur, para evitar pasar muy al norte de Punta Rasa porque tenía la sensación de que el rumbo de 110 grados era más indicado para ir a Sudáfrica que a San Clemente. Los waypoints en el GPS estaban cargados a mano, así que estaban sujetos a la posibilidad de haber cometido un error.

Después de un buen rato, volvimos a ver costa o, en realidad, indicios de la misma. Lo primero que distinguimos fueron unos edificios a la derecha, entre las 01:00 y las 02:00 (siempre considerando que la proa del kayak apunta a las 12:00 y la popa a las 06:00) y más tarde, en medio de ellos, una antena. Esto no podía ser otra cosa que General Lavalle.
Rato más tarde, a la izquierda apareció un monte o, mejor dicho, una mancha oscura en el horizonte que únicamente podía tratarse de un grupo de árboles. Sabiendo que ahí también había tierra, apuntamos a la izquierda del mismo. A la izquierda de ese monte aparecieron dos puntitos, que serían dos montecitos más, así que nuevamente modificamos el rumbo un par de grados al este respecto de ellos.
Finalmente, entre las 10:00 y las 11:00 apareció una mancha gris, que suponíamos debía tratarse de Punta Rasa, porque al este de ella no se veía nada más en el horizonte. Fijamos rumbo hacia allá y minutos después vimos una bolita de color negro que parecía flotar en el aire. Sospechábamos que esa bolita era la torre del faro, pero recién a las 15:18 lo confirmamos cuando pudimos ver la estructura completa con claridad.
A medida que nos acercamos, se fue haciendo todo más nítido: el edificio de la Tapera de López, los árboles debajo del faro, la playa de Punta Rasa, los vehículos de las personas que van ahí a pasar el día o a hacer kitesurf, los kites y finalmente la gente caminando por la playa. Bajamos a tierra justo donde se mezcla el agua de mar con la del río. El GPS marcó hasta ese momento 332 km remados en 49 horas 45 minutos con una velocidad promedio de 6,7 km/h.

Egeo, faro de Punta Rasa en el medio y Franky.

Quedaba poco tiempo de luz, así que después de permanecer un rato ahí y tomarnos una buena cantidad de fotos, había que definir dónde pasaríamos la noche y que íbamos a hacer con los botes. Mientras remábamos, habíamos pensado en un par de opciones: encontrarnos con Gustavo en San Clemente para que nos acerque hasta un camping y después se lleve los botes, o acampar en Punta Rasa para que él y Carlos nos pasen a buscar al día siguiente. No sabemos por qué, pero no se nos ocurrió lo que hubiera sido más lógico y que era remar en dirección a la Tapera de López y de ese modo pasar la última noche en un camping o, mejor aún, en “dormis”. Ya estaba atardeciendo y la marea subía, por lo que la corriente en contra y el poco tiempo de luz restante llevaban a descartar la opción de remar hasta las playas de San Clemente. Un kitesurfer con el que conversamos nos dijo que debajo del faro había un camping, así que volvimos a los botes, entramos remando a una pequeña bahía y dejamos los kayaks en una playa al lado del predio donde está localizado el faro. Caminamos bastante por el parque, que estaba muy bien cuidado, y lo que íbamos viendo nos hizo dudar de que en este lugar pudiera estar ubicado un camping. Un cartel publicitando una piscina con olas, otro con excursiones a los médanos , mesas muy prolijitas con sillas y sombrillas delante de una piscina.... todo eso tenía más aspecto de lugar de eventos que de camping. Finalmente encontramos a una persona que nos explicó que estábamos dentro del complejo de Termas Marinas y que ahí, lógicamente, no se podía acampar. Si alguno de los dos hubiera participado alguna vez de la Travesía Dolores-San Clemente que organiza Alfredo Barragán y que finaliza ahí, esto no nos hubiera pasado.
Siendo prácticamente de noche, volvimos a los botes y nos pusimos las luces para navegar nuevamente en dirección a Punta Rasa, buscando un lugar más o menos alto para colocar las carpas. Con algo de dificultad, porque la única luz era la de las linternas frontales, encontramos una zona que consideramos apta y ahí ubicamos el campamento. Por cuestiones de seguridad, también subimos los botes a los médanos. El pronóstico del tiempo no era muy alentador, ya que anunciaba lluvia y viento para la noche. La cena fue rápida en el mismo estilo que la del cangrejal: lata de pescado y bizcochos Don Satur. Esa última noche ni siquiera pudimos disfrutar de un descanso reparador porque en las primeras horas de la madrugada la lluvia se hizo torrencial, y el viento hizo su aporte para que una vez más tuviera que lamentarme por las características de mi carpa.

Día 9: La travesía no termina hasta que... termina (bonus track)

Por la mañana del domingo seguía lloviendo así que me ví obligado a calentar el agua para el mate en el interior de la carpa. Después de desayunar, fui a darle los buenos días a Ariel y de paso preguntarle qué planes tenía para nuestra "extracción". Mientras mateaba en soledad, había concluido que nuestra mejor opción era salir de ahí lo más pronto posible en dirección a la Tapera de López, distante a unos 3 kilómetros. El muelle de San Clemente, otra posible zona de extracción, distaba 10 kilómetros y las condiciones climáticas no parecían las ideales para probar suerte en el mar. Además, la marea estaba subiendo así que nos llevaría más rápidamente para el lado de la Tapera. Curiosamente, lo que a ninguno de los dos se le había ocurrido el día anterior, ahora parecía que se había transmitido telepáticamente.
Desarmamos el campamento tratando de que las cosas se mojaran lo menos posible, de modo que los kayaks se cargaron al lado de las carpas a diferencia de los días previos, en los que acercábamos los botes vacíos al agua para después cargarlos.
Remamos lo 3 kilómetros que nos separaban de la Tapera con buen nivel de agua y corriente a favor, y desembarcamos en una playa cubierta de aguas vivas ubicada al lado de un predio que parecía que se usaba como camping. Nos acercamos hasta uno de los edificios de la Tapera y después de consultar a los encargados por el estado del camino debido a las lluvias, le avisamos a Gustavo Feldman que podría venir a buscar los botes sin problemas. Lo mismo le avisamos a Carlos Maciel. En realidad le avisamos a su suegra, Gladys, que por suerte había decidido acompañarlo y más tarde nos cebaría mate durante todo el viaje de regreso a la "civilización".
En el caso de que el camino de tierra hubiera resultado intransitable, habíamos pensado como una opción seguir remando hasta el puerto de San Clemente, al que se puede llegar por asfalto. Vaciamos los kayaks y pusimos bajo techo todo el contenido de los botes. Las carpas con sus cubretechos las colgamos de una soga al menos para que se escurran, ya que difícilmente iban a secarse.
Gustavo fue el primero en llegar, con un M&G Santa Cruz arriba del techo de la camioneta. Cargamos nuestros kayaks y algunas cosas más en el vehículo, mientras le compartíamos anécdotas de kayakismo.

Los botes arriba de la camioneta de Gustavo

Después de que partió junto a su familia, aprovechamos que aún no había llegado Carlos para pegarnos una ducha, la segunda en 9 días de travesía. Al llegar Carlos, cargamos los bolsos y las bolsas en el generoso baúl del Peugeot y partimos de San Clemente del Tuyú, no sin antes hacer escala en una parrilla para degustar alguna comida que no tuviera origen en una lata.

Carlos, Gladys y lo que quedó de nosotros
Finalmente dejamos la ciudad y comenzamos el regreso por la ruta 11, contorneando la Bahía de Samborombon hasta el cruce con la 63 a la altura de Dolores, donde giramos para tomar la autovía 2. Me hubiera gustado volver por la 11 porque es como regresar por tierra por el mismo camino que hicimos por agua, pero no era lo más práctico. Como broche de oro, o frutilla del postre, al detenernos en el Parador Atalaya para cargar agua caliente y comprar las míticas medialunas, nos encontramos con Diego Capusotto, quien amablemente accedió a tomarse una foto con nosotros. Carlos le comentó de dónde veníamos, y Capusotto nos preguntó si habíamos visto algo raro. Tan embobados estábamos con la presencia de Diego, que a ninguno se le ocurrió contarle de la fábrica de cohetes de Cabo Cangrejal y los kayakistas espías.

Diego Capusotto, Capitán Honoris Causa de la Flota de Kayakistas Casuales
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11 comentarios:

  1. ¡Buenísimo! Disfruté como un enano leyendo el relato de la travesía.

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  2. Muy buen relato! Y el final con Diego Capusotto fue la frutilla del postre, aunque tengo que admitir que ya lo ha la leído en facebook.
    Felicitaciones por la aventura

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  3. Muy linda travesia, la parte mas linda del riopla creo a mi entender es de la balandra a pta indio por las playas de arena y la poca gente que hay...

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  4. Muy bueno ,que linda travesia muchachos dsifrute mucho leerla y que bien redactado gracias!!

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  5. que buena aventura!!!!!. Excelente travesia y excelente relato .Es de las travesias que me gustaria realizar .Ojala pueda ,algun dia ,hacer lo mismo con mi Eladius Espartaco. por ahora sigo entrenando.Saludos.

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  6. genial aventura , nos motiva a los otros cayakistas!!!

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  7. Hola¡¡¡felicitacioneeeessss inmejorable .
    Cteo m halludara mucho en enero q viene...cualquier consejo sera bienvenido gracias

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